_ ¡Reverencia de brebaje, don Francisco!
_ A moco de candil las vides, capitán.
_ Y reserva, dos siglos, dicen…
_ Primero la vid, capitán, y luego los siglos.
_ ¡Ja, ja, a versado maestro de esgrima sonáis, don Medina!
_ Habría de serlo para vos a mis años, joven, y por ello no lamentaréis de fastidio en breve, ni vuecedes tampoco.
_ ¿Fastidio? ¿Qué fastidio?
_ El maestro esgrime el sable que pincha y duele, mas así salva al discípulo de ser atravesado luego. Acompañadme arriba, capitán.
_ Ni rumiarlo necesito. Vamos.
_ Y también vuecedes, si preciáis la vida.
_ De veras que no entiendo, caballeros.
_ Vamos, GotaFría. No es don Francisco canto de sirena.
_ ¿Apenas una jarra y ya, capitán?
_ Quedaos aquí un sorbo más y será el último, jovencilla.
_ ¡Bah!
_ Vamos…
_ Sube, GotaFría, que han de ser las damas primero.
_ Tú, capitán… ¿Tan caballero?
_ Yo por detrás, oteando el trasero.
_ ¡Ja!
_ Verán, jóvenes, que no es caduco mi consejo. Si por bien no hubiera, sería mi ayudante, Baltasar, quien habría de atender la mesa donde vuecedes ociaban, pero hay afuera movimiento de guardias y no me fío de ese a quien llaman el negro. Por eso fui yo a verles.
_ ¿El negro?
_ Ese. Salió de la taberna hace poco y le traigo sobre ojo, que me da que es soplón que ni teme ni debe… Cuidado con el escalón suelto.
_ Ahora que lo decís, don Francisco…
_ Le vimos antes, hermano. Lo señalaste.
_ En efecto, vascongado, salía de la taberna y comenté algo sobrello.
_ Pues por seguro que a delataros iba, muchachos. Aquí tenéis la llave. Yo habré de bajar por no levantar sospecha. Guareceos en la habitación y haré por que nadie suba. Si los disuado en un rato, subiré yo, pero habré pisado fuerte dos veces cada escalón y me oiréis cantar sevillana. Si oís pasos seguidos y sin canto, saltad por la ventana al tejado de mi casa, y luego corred al agujero de Santana.
_ Gracias, don Francisco, que la vida os deben ahora nuestros resuellos.
_ ¡Y vuestros almas, capitán! Que de la parca se va al infierno para piratas y fulanas. ¡Entrad!
_ Adelante hermano… GotaFría…
_ ¡Maldito chivato!
_ No te enrates, mujer, y cierra la puerta con llave.
_ Ya lo hago. Y tan dura es.
_ Mi señora, permitid…
_ ¡Ni te atrevas a ayudarla, vascongado!
_ ¡¿Cómo dices?!
_ El último que la dio por cortesía, acabó dándolo todo.
_ ¡Diantres!
_ ¡Ah! ¡Ese bastardo sobón! ¡Habría de estar bajo tierra y no bajo la mar cual pirata honrado!
_ ¿Matasteis a un hombre que hacía por arrimar el hombro, mi señora?
_ Maté a un bastardo que dábaselas de semental.
_ Un buen marino entrado en años, hermano, pero con gusto por las nuevitas.
_ Ya veo.
_ ¿Qué habría yo de hacerle, hombre? Quitome GotaFría de problemas ulteriores con él. Las indias del Caribe lo temían. Y cuando supieron de aquello, al arribar poco después a Guadalupe, reunieron una fiesta las graciosas, como si hubiese sido el mismo Colón el muerto, con tanto que a GotaFría la subieron a un trono de hojas secas, y perfumada y pintarrajeada anduvo dos días enteros por la isla, como reina.
_ ¡Ah, sí! ¡Cuán hermosura de noches allá en Guadalupe! ¡Qué nostalgia!
_ Volveremos, GotaFría, no apures lamentos cuando la cosa merece sable y poco.
_ ¡Lamentarme habré de aquí hasta que vuelva a la mar, capitán! Tanto me ahoga esta Sevilla que tener a buen decir la bodega del Libertad se me antoja bien fundado. Si he de salir viva deste antro, no duraré un día más en la ciudad.
_ En breve podrás dormir sobrello.
_ ¡Júralo! Desde verme sola cuando entré en la Sevilla, como al principio de mes, y después de sacaros de rejas, ni un dedo he movido…
_ ¡Ja, ja! ¿Y no tuviste suficiente, mi Gota?
_ Mi señora…, no quisiera atormentar con fisgoneo impropio, pero he oído a mitades una historia de la que, ya conociendo vuestra osadía, no imagino final… ¿cómo habríais de librar a mi hermano de la prisión?
_ ¡Condenada historia!
_ ¡Ja, ja, hermano! Larga patraña es la della… pues ducha en el saqueo la conocieres si la vieres, pero también arpía y buena cómica.
_ Es intriga, mi señora.
_ Sepa Vuestra Merced que fue la curiosidad asesina del gato.
_ ¡Claudia GotaFría! ¡No habléis a mi hermano con despecho tal y sed condescendiente, que no lo habéis en vuestras hazañas!
_ De acuerdo…, vaya..., os pido mis disculpas, don Cancio. Enojada ando hasta la esencia por verme aquí de rebato e interrumpirme esta encerrona un buen negocio. La que vos me solicitáis es historia con mucho larga y azarosa, pero por que vea Vuestra Merced que de clase humilde buenas lanzas he, tenga por bien el compendio de chistes que le brindo.
_ Dejadlo, mi señora. No he de ser yo quien os importune con…
_ ¡Sentaos en ese camastro y escuchad, por favor!
_ ¡Ja, pobre vascongado, que aun no supo con quien lidia!
_ ¡Ja, ja, ja, pero ahora lo veo, hermano! Lo veo y de acuerdo, GotaFría. Continuad, pues.
_ Continúo… la parte de en llegando a Cádiz y recorriéndolo de cabo a rabo para mal dar con que, según habrían de decirme algunos muchos, vagabundos y cutildeques de la calle, al capitán de los Espárragos habíanlo mudado de prisión con los suyos, directos a la Sevilla por no sé cuál historia de plaga de cárcel. Temí yo por la salud dellos y la mía propia, pero como rumores parecían más bien en boca de ebrios, vagos y maleantes, supuse que en Cádiz no habría celda para tantos que eran, y que por ello habríanlos llevado tan lejos…
_ A la capital…
_ En efecto, vascongado. La capital. Pues ni de plaga ni de número tenía venta la cosa, sino por dar a los potentados alegría de vernos colgados por muchos.
_ A mí el mundo se me vino al suelo, y más de una semana anduve en demanda de trabajo donde el muelle, disfrazada por ver si teníanme por muchacho para grumete. Al final fue un gallego, pescador solitario, que en su Gloria Dios lo tenga, quien hubo de enrolarme en su chalupa.
_ ¿Murió?
_ ¡No! ¡Hube de echarlo a la mar!
_ ¡Vaya!
_ ¿Cómo habría entonces de llegar a la Sevilla? ¿Cabalgando de nuevo? ¡Dolíanme las enaguas de tanto trote! Le robé su chalupa y le dije, ¡oye, ven conmigo!, no quiso, y bien. ¡¿Quién las tendrá de saber?..., quizá lograra nadar hasta la playa en poco! Pero tal cual digo, desta suerte llegué sana y salva a la Real Ciudad de Sevilla, que allí pude atravesar por el río largando vela y andando su curso. Fui a la Cárcel Real lo primero, sin comer de días, pero vi que uno, Artois Bustamante, andaba de guardia en la puerta, que era él antiguo conocido de escaramuzas y viéndome la marca del brazo me recordaría…
_ ¿Sólo la marca del brazo?
_ ¡Calla, capitán! Las ingenié para entrar en la cárcel yendo a pedir a unas monjas. Las preladas me dieron cobijo por verme a más demacrada, que les dije ser esposa viuda, y en estando allí con ellas pues hubieronme dejar sola un momento, advertí un hábito y lo escondí en la bolsa. Sepa Vuestra Merced que al día siguiente andaba yo por la Sevilla disfrazada de casta, ¡Dios del cielo!, yendo a parar a las narices de ese Artois Bustamante, que ni por asomo habría de distinguir nada mío, claro, creyéndome redentora de los procesados.
_ ¡Increíble, mi señora!
_ Pues tenga por bueno lo extraordinario.
_ No imaginarás, mi vascongado, la impresión que hubo de causarnos contemplar lo della, puesto el hábito de monja, de risa y alegría, mas sin poder exhibirlo por no dar cante. Teníamos allí proverbio todos de soga inminente, y verla fue recobrar razón de vida.
_ Hubiérala tenido yo sólo por aventarme de aquellos tufos, ¡Dios! ¡Hedía la jaula a perro!
_ ¡Ja, ja!
_ ¿Y cómo habríais de liberarlos, GotaFría?
_ Ni cosiendo ni cantando. Con Sol la Cárcel Real henchía de vigilancia. De noche por menos, gastaba dos alguaciles, funcionarios, uno lerdo y otro airado, tan orondo. Por ventura, me dije, sacarlos habré de aquí en el oscuro, pues rivales dignos no se me antoja el par.
_ ¿Los matasteis?
_ No habría.
_ En tanto menos peliaguda supones la historia, hermano, más dificultosa se evidencia, que no fue la nuestra sino ardua aventura, de plan bien proyectado en cautelas y pólvora. GotaFría hubo de asistirnos en más días de presidio, con hábito de ardid; y en sirviendo tanto la primera vez, sólo hubimos quedar para el día siguiente, por dar tiempo a ella a trazar un plan rotundo con la frescura que la libertad le habría.
_ ¿Y qué frutos dio aquello?
_ Ni decirlos a Vuestra Merced... ¡Tantos!
_ Y todos del Árbol Prohibido, hermano, ¡ardieron Sodoma y Gomorra juntas!
_ ¡Demontre! ¿Con fuego huisteis?
_ Con fuego cobraron los necios lo que a otros hicieron, don Cancio. Yo no aspiraba a romper yugos de celda y disponer otros de tierra. ¿Por cuál razón libertar la comandilla si habría luego ésta de errar oculta en la Sevilla? Aunque aquí y ahora me vea Vuestra Merced como topo encerrado, y tanto estúpido por no marchar, quería yo librar de rejas a los míos, sisar un barco en el acto y poner inmediato rumbo a la Onuba, por atacar incontinenti el fondeadero donde andaba varado el Libertad… ¡Y a vivir!
_ Y lo hiciste, mi Gota…
_ Mucho así, desta suerte caminando río abajo, advirtiendo casualidades que se me dieron y fueron buenas, lo junté todo en uno, y tracé cual plan por más temerario, aunque de proceder viable para muy bárbaros.
_ ¡Y vos lo habríais!
_ Hermano mío, ten por buena cruz el lastre, y pues sábete, que de la mano a la copa se pierde la sopa, e hizo GotaFría diestro trabajo, por no vencer un poco sólo y a mitad, sino del todo en una vez.
_ Estos ases son aquellos que dijimos.
_ Ahora, si oyes, prodigarás sin que lo diga: ¡qué designios faroleros! ¡Cuán monserga de pirata! Mas, si hubieras de dudar, hermano, desnuda ya mi bocamanga, óyelo y duda, pues creer nuestra suerte y maña grande empresa es de igual manera para intrépidos que cobardes.
_ Esfuerzo gaditano habré, si así lo precisa el lance.
_ Será por bien vuestro, don Cancio, que yo no reparo en pagos cuando he de zurrar la sesera, y si por ventura trajome la suerte albedrío para urdir un plan yo sola, tanto habría de guardarme composturas como el cerdo en su matanza.
_ ¿Anduvo vuestro ingenio tan gritando de dolor en las entrañas?
_ No lo he de saber tanto, don Cancio, y así lo digo a Vuestra Merced, con osadía, que si habría yo de libertar la comandilla de la jaula, con fuego y estallidos acaescería esto; que si menester era escapar por una vía sin estorbos, el río Guadalquivir, más ancho… ¡ese sería!; y que si por ventura hallaba un navío para bogarlo, no dudéis desto, don Cancio, habría de ser en todo el mar el mejor aparejado .
_ ¡Callad!
_ ¿Qué…?
_ Callad..., la escalera.
_ A moco de candil las vides, capitán.
_ Y reserva, dos siglos, dicen…
_ Primero la vid, capitán, y luego los siglos.
_ ¡Ja, ja, a versado maestro de esgrima sonáis, don Medina!
_ Habría de serlo para vos a mis años, joven, y por ello no lamentaréis de fastidio en breve, ni vuecedes tampoco.
_ ¿Fastidio? ¿Qué fastidio?
_ El maestro esgrime el sable que pincha y duele, mas así salva al discípulo de ser atravesado luego. Acompañadme arriba, capitán.
_ Ni rumiarlo necesito. Vamos.
_ Y también vuecedes, si preciáis la vida.
_ De veras que no entiendo, caballeros.
_ Vamos, GotaFría. No es don Francisco canto de sirena.
_ ¿Apenas una jarra y ya, capitán?
_ Quedaos aquí un sorbo más y será el último, jovencilla.
_ ¡Bah!
_ Vamos…
_ Sube, GotaFría, que han de ser las damas primero.
_ Tú, capitán… ¿Tan caballero?
_ Yo por detrás, oteando el trasero.
_ ¡Ja!
_ Verán, jóvenes, que no es caduco mi consejo. Si por bien no hubiera, sería mi ayudante, Baltasar, quien habría de atender la mesa donde vuecedes ociaban, pero hay afuera movimiento de guardias y no me fío de ese a quien llaman el negro. Por eso fui yo a verles.
_ ¿El negro?
_ Ese. Salió de la taberna hace poco y le traigo sobre ojo, que me da que es soplón que ni teme ni debe… Cuidado con el escalón suelto.
_ Ahora que lo decís, don Francisco…
_ Le vimos antes, hermano. Lo señalaste.
_ En efecto, vascongado, salía de la taberna y comenté algo sobrello.
_ Pues por seguro que a delataros iba, muchachos. Aquí tenéis la llave. Yo habré de bajar por no levantar sospecha. Guareceos en la habitación y haré por que nadie suba. Si los disuado en un rato, subiré yo, pero habré pisado fuerte dos veces cada escalón y me oiréis cantar sevillana. Si oís pasos seguidos y sin canto, saltad por la ventana al tejado de mi casa, y luego corred al agujero de Santana.
_ Gracias, don Francisco, que la vida os deben ahora nuestros resuellos.
_ ¡Y vuestros almas, capitán! Que de la parca se va al infierno para piratas y fulanas. ¡Entrad!
_ Adelante hermano… GotaFría…
_ ¡Maldito chivato!
_ No te enrates, mujer, y cierra la puerta con llave.
_ Ya lo hago. Y tan dura es.
_ Mi señora, permitid…
_ ¡Ni te atrevas a ayudarla, vascongado!
_ ¡¿Cómo dices?!
_ El último que la dio por cortesía, acabó dándolo todo.
_ ¡Diantres!
_ ¡Ah! ¡Ese bastardo sobón! ¡Habría de estar bajo tierra y no bajo la mar cual pirata honrado!
_ ¿Matasteis a un hombre que hacía por arrimar el hombro, mi señora?
_ Maté a un bastardo que dábaselas de semental.
_ Un buen marino entrado en años, hermano, pero con gusto por las nuevitas.
_ Ya veo.
_ ¿Qué habría yo de hacerle, hombre? Quitome GotaFría de problemas ulteriores con él. Las indias del Caribe lo temían. Y cuando supieron de aquello, al arribar poco después a Guadalupe, reunieron una fiesta las graciosas, como si hubiese sido el mismo Colón el muerto, con tanto que a GotaFría la subieron a un trono de hojas secas, y perfumada y pintarrajeada anduvo dos días enteros por la isla, como reina.
_ ¡Ah, sí! ¡Cuán hermosura de noches allá en Guadalupe! ¡Qué nostalgia!
_ Volveremos, GotaFría, no apures lamentos cuando la cosa merece sable y poco.
_ ¡Lamentarme habré de aquí hasta que vuelva a la mar, capitán! Tanto me ahoga esta Sevilla que tener a buen decir la bodega del Libertad se me antoja bien fundado. Si he de salir viva deste antro, no duraré un día más en la ciudad.
_ En breve podrás dormir sobrello.
_ ¡Júralo! Desde verme sola cuando entré en la Sevilla, como al principio de mes, y después de sacaros de rejas, ni un dedo he movido…
_ ¡Ja, ja! ¿Y no tuviste suficiente, mi Gota?
_ Mi señora…, no quisiera atormentar con fisgoneo impropio, pero he oído a mitades una historia de la que, ya conociendo vuestra osadía, no imagino final… ¿cómo habríais de librar a mi hermano de la prisión?
_ ¡Condenada historia!
_ ¡Ja, ja, hermano! Larga patraña es la della… pues ducha en el saqueo la conocieres si la vieres, pero también arpía y buena cómica.
_ Es intriga, mi señora.
_ Sepa Vuestra Merced que fue la curiosidad asesina del gato.
_ ¡Claudia GotaFría! ¡No habléis a mi hermano con despecho tal y sed condescendiente, que no lo habéis en vuestras hazañas!
_ De acuerdo…, vaya..., os pido mis disculpas, don Cancio. Enojada ando hasta la esencia por verme aquí de rebato e interrumpirme esta encerrona un buen negocio. La que vos me solicitáis es historia con mucho larga y azarosa, pero por que vea Vuestra Merced que de clase humilde buenas lanzas he, tenga por bien el compendio de chistes que le brindo.
_ Dejadlo, mi señora. No he de ser yo quien os importune con…
_ ¡Sentaos en ese camastro y escuchad, por favor!
_ ¡Ja, pobre vascongado, que aun no supo con quien lidia!
_ ¡Ja, ja, ja, pero ahora lo veo, hermano! Lo veo y de acuerdo, GotaFría. Continuad, pues.
_ Continúo… la parte de en llegando a Cádiz y recorriéndolo de cabo a rabo para mal dar con que, según habrían de decirme algunos muchos, vagabundos y cutildeques de la calle, al capitán de los Espárragos habíanlo mudado de prisión con los suyos, directos a la Sevilla por no sé cuál historia de plaga de cárcel. Temí yo por la salud dellos y la mía propia, pero como rumores parecían más bien en boca de ebrios, vagos y maleantes, supuse que en Cádiz no habría celda para tantos que eran, y que por ello habríanlos llevado tan lejos…
_ A la capital…
_ En efecto, vascongado. La capital. Pues ni de plaga ni de número tenía venta la cosa, sino por dar a los potentados alegría de vernos colgados por muchos.
_ A mí el mundo se me vino al suelo, y más de una semana anduve en demanda de trabajo donde el muelle, disfrazada por ver si teníanme por muchacho para grumete. Al final fue un gallego, pescador solitario, que en su Gloria Dios lo tenga, quien hubo de enrolarme en su chalupa.
_ ¿Murió?
_ ¡No! ¡Hube de echarlo a la mar!
_ ¡Vaya!
_ ¿Cómo habría entonces de llegar a la Sevilla? ¿Cabalgando de nuevo? ¡Dolíanme las enaguas de tanto trote! Le robé su chalupa y le dije, ¡oye, ven conmigo!, no quiso, y bien. ¡¿Quién las tendrá de saber?..., quizá lograra nadar hasta la playa en poco! Pero tal cual digo, desta suerte llegué sana y salva a la Real Ciudad de Sevilla, que allí pude atravesar por el río largando vela y andando su curso. Fui a la Cárcel Real lo primero, sin comer de días, pero vi que uno, Artois Bustamante, andaba de guardia en la puerta, que era él antiguo conocido de escaramuzas y viéndome la marca del brazo me recordaría…
_ ¿Sólo la marca del brazo?
_ ¡Calla, capitán! Las ingenié para entrar en la cárcel yendo a pedir a unas monjas. Las preladas me dieron cobijo por verme a más demacrada, que les dije ser esposa viuda, y en estando allí con ellas pues hubieronme dejar sola un momento, advertí un hábito y lo escondí en la bolsa. Sepa Vuestra Merced que al día siguiente andaba yo por la Sevilla disfrazada de casta, ¡Dios del cielo!, yendo a parar a las narices de ese Artois Bustamante, que ni por asomo habría de distinguir nada mío, claro, creyéndome redentora de los procesados.
_ ¡Increíble, mi señora!
_ Pues tenga por bueno lo extraordinario.
_ No imaginarás, mi vascongado, la impresión que hubo de causarnos contemplar lo della, puesto el hábito de monja, de risa y alegría, mas sin poder exhibirlo por no dar cante. Teníamos allí proverbio todos de soga inminente, y verla fue recobrar razón de vida.
_ Hubiérala tenido yo sólo por aventarme de aquellos tufos, ¡Dios! ¡Hedía la jaula a perro!
_ ¡Ja, ja!
_ ¿Y cómo habríais de liberarlos, GotaFría?
_ Ni cosiendo ni cantando. Con Sol la Cárcel Real henchía de vigilancia. De noche por menos, gastaba dos alguaciles, funcionarios, uno lerdo y otro airado, tan orondo. Por ventura, me dije, sacarlos habré de aquí en el oscuro, pues rivales dignos no se me antoja el par.
_ ¿Los matasteis?
_ No habría.
_ En tanto menos peliaguda supones la historia, hermano, más dificultosa se evidencia, que no fue la nuestra sino ardua aventura, de plan bien proyectado en cautelas y pólvora. GotaFría hubo de asistirnos en más días de presidio, con hábito de ardid; y en sirviendo tanto la primera vez, sólo hubimos quedar para el día siguiente, por dar tiempo a ella a trazar un plan rotundo con la frescura que la libertad le habría.
_ ¿Y qué frutos dio aquello?
_ Ni decirlos a Vuestra Merced... ¡Tantos!
_ Y todos del Árbol Prohibido, hermano, ¡ardieron Sodoma y Gomorra juntas!
_ ¡Demontre! ¿Con fuego huisteis?
_ Con fuego cobraron los necios lo que a otros hicieron, don Cancio. Yo no aspiraba a romper yugos de celda y disponer otros de tierra. ¿Por cuál razón libertar la comandilla si habría luego ésta de errar oculta en la Sevilla? Aunque aquí y ahora me vea Vuestra Merced como topo encerrado, y tanto estúpido por no marchar, quería yo librar de rejas a los míos, sisar un barco en el acto y poner inmediato rumbo a la Onuba, por atacar incontinenti el fondeadero donde andaba varado el Libertad… ¡Y a vivir!
_ Y lo hiciste, mi Gota…
_ Mucho así, desta suerte caminando río abajo, advirtiendo casualidades que se me dieron y fueron buenas, lo junté todo en uno, y tracé cual plan por más temerario, aunque de proceder viable para muy bárbaros.
_ ¡Y vos lo habríais!
_ Hermano mío, ten por buena cruz el lastre, y pues sábete, que de la mano a la copa se pierde la sopa, e hizo GotaFría diestro trabajo, por no vencer un poco sólo y a mitad, sino del todo en una vez.
_ Estos ases son aquellos que dijimos.
_ Ahora, si oyes, prodigarás sin que lo diga: ¡qué designios faroleros! ¡Cuán monserga de pirata! Mas, si hubieras de dudar, hermano, desnuda ya mi bocamanga, óyelo y duda, pues creer nuestra suerte y maña grande empresa es de igual manera para intrépidos que cobardes.
_ Esfuerzo gaditano habré, si así lo precisa el lance.
_ Será por bien vuestro, don Cancio, que yo no reparo en pagos cuando he de zurrar la sesera, y si por ventura trajome la suerte albedrío para urdir un plan yo sola, tanto habría de guardarme composturas como el cerdo en su matanza.
_ ¿Anduvo vuestro ingenio tan gritando de dolor en las entrañas?
_ No lo he de saber tanto, don Cancio, y así lo digo a Vuestra Merced, con osadía, que si habría yo de libertar la comandilla de la jaula, con fuego y estallidos acaescería esto; que si menester era escapar por una vía sin estorbos, el río Guadalquivir, más ancho… ¡ese sería!; y que si por ventura hallaba un navío para bogarlo, no dudéis desto, don Cancio, habría de ser en todo el mar el mejor aparejado .
_ ¡Callad!
_ ¿Qué…?
_ Callad..., la escalera.