DEL NASCIMIENTO Y CRIANZA EN CÁDIZ DE MI PRIMO ALBERTO CANCIO, EN CIERNE CAPITÁN DE LOS ESPÁRRAGOS, SU HERMANO BANDOLERO JESÚS Y UN SERVIDOR, Y DE CÓMO SOLVENTAMOS SEPARARNOS

Author: Alberto Cancio García /

Pliego Segundo
(que no habréis leer sin el primero)




Los aires jubilosos que habrían ser Cádiz por todos los tiempos remotos –esta ciudad misma, sola, tañida de las coplas de sus gentes lozanas y el trajín de sus carros – vieron nascer, veintiséis años ha, en un día del mes de Octubre de los de calor tardío y marejada fuerte, un mozuelo de cuyas quiebras se harían eco los patronos de la Historia a más reciente. No por ventura fue niño menudo, de ojos vivos y aire curioso, tal la Providencia anduvo de ir cosiéndolo primo mío antes que viniera al mundo, y así lo hizo pronto a los medios vecinos, cuales digo de esta ciudad alegre aunque en sus años pueriles viviera afuera della. Creció en la casa de su padre, beduino, con su hermano pequeño Jesús Cancio, sobre un tramo Oeste del campo de Olivares, allá por donde se une éste con la Playa Grande de extramuros, como a mil pies de mi taberna y media legua de las Puertas de Tierra. El haz del ventanuco desta casa advierte un campo de acebuches donde habría él tramar sus diabluras primeras, y al lejos, más allá, las lucernas de noche del puesto de avanzada y esa puerta del Secreto que ahora quieren aplanar. Desto a aquello vino presto el largo istmo de arrecife a echar torreznos a los fuegos de chiquillo, y desde el caño a las murallas indagó él siendo aún lerdo, en tanto hablábanle los mares por el uno y otro lado. ¡En tal estilo habrían componerle los semblantes de pirata sus destinos…! que, parido yo unos años más tardío, que no muchos, recibí ya dél las instrucciones necesarias para hacerme deshonroso, y de infantes como andaba la comanda, con él, su hermano chico, y yo enano cual garbanzo, tres garduñas de cuidado nos llamaban. Y como digo que así acaesció, fuimos echando piernas entre guerra y guerrerilla en los caminos, siempre juntos por sabernos más bizarros desta forma, hasta el día en que a ralea de viajeros indagamos la ciudad de los Fenicios. Yo recuerdo como ayer aquellas marchas, las primeras, y a mi primo Alberto Cancio, que es su nombre, tan sonante, en propiedad de diestro guía a más mediocre, que a razón de sus despistes acabábamos perdidos, y esto es antes como ahora su atributo indisoluble. Ya aprendimos, de aquel tiempo, a valernos los avíos más bien solos su hermanito y quien escribe, y a fiarnos poco o nada de los cantos deste primo y sus creencias, no fuera que los guardias nos asieran por su culpa o sus maldades. Mas si dije antes deshonra, nunca hablé de despotismos, que esa culpa sí que hubiera importunado los afectos del futuro capitán, por ser siempre, y desde niño, una hogaza bien parida, aunque andara con la lacra del descuido. Y por ello lo tuvimos en estima aun en llegando los abriles ardorosos, ya de mozos bien dispuestos y cada uno de esta guisa con lo suyo. Mudamos de los bosques de extramuros a los barrios garbosos de las Puertas del Mar, los tres juntos, como urdía cada joven gaditano nascido en ese tiempo. Era Cádiz –entonces tal que ahora aunque se muera –un Mundo adentro del Mundo, y acoger las delicias de otros tantos cubríalo de perlas y ajetreos miles, pues marchaban por aquí los oros múltiples de América y las gentes que volvían o venían, o al contrario. Del trajín de toda raza, posición y singladura, destacábanse los mozos a la caza de faenas, y a duelos y quebrantos cotejaban presupuestos para hacerse a la aventura de los mares, aunque a esto no prestamos atención de primer golpe. Andar de recias voces en el muelle disimula los tanteos del rompiente, o eso dicen, y en aquello iban pasando los abriles con nosotros bien callados por si acaso, mientras otros se cansaban de la vida. Probamos desta forma las astucias cada uno: Yo con título de hidalgo y educado por mi madre, habría codearme con los músicos de Corte en cierto tiempo y así, tal descubrí las salvaguardias de la música, acabé por dedicarla al clarinete y enrolarme en una banda de oficiales. Mi primo más pequeño, Jesús Cancio en su apostura, la dio por ofrecerse de igual modo a los festejos, pero en cosas de mujeres ques lo suyo, y anduvo enamorado de una sí y otra también entre el gentío de las plazas. Y acabemos con aquel que es principal desta historieta, primo mío, capitán de los Espárragos, entonces simple Alberto que votó por consagrarse al magisterio de la esgrima, ausentándose sin más entre estocada y paso al frente en los manglares. Desto vino separarnos en quehaceres como digo, mi lector, y sabréis que no anduvimos sino un tiempo rumbo a Babia cada uno, por andar al menoscabo del futuro y pretender otras cosechas. Pero en tanto íbamos todos laborando los destinos, no quisimos denostar nuestra hermandad, que da en compaña, la niñez, garantía de amistad, y así lo vimos y zanjamos estar juntos.

Pues vivimos desta suerte muchos años en el Cádiz Capital, enrolados en todos los vicios habidos de la tierra y malversando los dineros para, a fe de mantener algo conjunto, abrir una taberna. Ésta en que ahora escribo, duermo y como, La Hispaniola, dispuesta entre los campos de acebuches del camino a la ciudad, y que es tan mía, fue en verdad negocio aunado por los tres como parientes, y de todos fue virtud el conquistarla a un tabernero bien llamado Don Francisco de Medina, que en su gloria Dios lo tenga, el cual habría abandonarla por marcharse a la Sevilla a abrir La Torva de Triana, en que murió hace cinco días. Ya fue amigo de aquel tiempo y era viejo, de mi primo Alberto Cancio gran maestro, y a él que era un descuido le enseñó cómo servir el aguardiente y resguardar al mismo tiempo los honores. Todos aprendimos dese viejo lo impensable, mas cada uno lo hallaría a su manera y lo usaría de otro modo en adelante.
El primero en ausentarse fue Jesús hacia los nortes. Hubo conocer una mocita vascongada que venía de compaña del marido a hacer papeles, y en esto que sostuvo relaciones con mi primo en buena hora y se marchó luego a su tierra y nuestro Cancio fue detrás. Al punto narraré cómo la dio de aquellos visos, más alante, y como desos juegos acabo por bautizarse bandolero.
Yo anduve con Alberto conviniendo las jornadas de faena, por hacer de nuestra tasca una parada a más forzosa para todo caminante, como lo era con Medina, y así, durante un turno, confesome sus deseos de tomar otros destinos, sin remedio. Tal habló y tan poco hizo, que acabó por aturdirse, y en un día del verano de los años primigenios, que eran ya sus diecinueve y mal contados, aburrido de la gente y las patatas, hizo por macharse a mercar a las Américas, y ya no supe dél en ningún tiempo hasta el presente. 

Los lapsos que pasaron por entonces fueron lentos para mí, que era calmoso y buen solista del chalumeau. De mucho laborar me dieron cuezo en el Castillo de la Villa, y con los dones que ganaba de una cosa y de la otra en mi taberna, convine contratar a un viejo amigo para hacerlo mi ayudante de servicio. Martini lo llamaban, y seis años me guardó las cerraduras hasta un día en que se fue a vender carruajes. Era a la sazón mi usanza mucho más resuelta, y ya no precisé de más zagal de cuadra, pues hube de casar con los vecinos que ellos cuidarían la cantina cuando andara yo soplando.

Y soplando como lo he desta manera aquí a vuecedes, los inicios de mi primo Alberto Cancio –mansamente decretados, bien seguidos –, dicho queda en este pliego lo que sé de propia cuenta por vivirlo, mas que habrá de ser el único que desta forma ilustre, pues del cuento de su marcha no conozco paradero ni socorro sino por su propia boca.  Lo que sé llega de anoche en adelante a mis oídos, y hablaré como el oidor que siempre tuve en la mollera.



Alejandro de Gamaza 

DE LAS ENMIENDAS DE ALEJANDRO DE GAMAZA, REGENTADOR DE LA HISPANIOLA, INMEDIATAS A LA HISTORIA DE SU PRIMO EL LIBERTINO CAPITÁN DE LOS ESPÁRRAGOS

Author: Alberto Cancio García /

Pliego primero

Tres noches ha que sígole la huella a la razón, mi leedor improbable, por echar de ver qué atajos o licores habrían hilvanar las historias azarosas de mi primo, y que éstas, tan bien descritas de punto y coma, llegaran a vos con la gracia y el donaire tal cual ocurrieron allende los mares. No me hurtaría de sueños la dicha empresa en caso cualquiera y tan de alborada, sino por razón de saberlo dormido ahora en un cuarto de mi hospedería, ¡tan cercano!, en habiendo arribado hoy mesmo a Cádiz tras diez años de cara, carísima ausencia. Primo hermano mío, de los mares y los bosques venturado, el cuál en fortuna apuntaba maneras, y de cuyas todas habría logrado precio a no ser por la insana manía de la Libertad, que si yo mismo anduve tras sus faldas livianas, que es el hecho, no lo fue por siempre y ciego, mas sí prevenido de recelo después. Así vinimos a tirar cada uno por su cuenta siendo mozos, yo casado con la Corte y él amante de la mar, y en sabiendo uno del otro por las bocas del gentío. Es probado en La Bahía que de duda soy varón, de no asentir a las leyendas que se cuentan por el mundo sin cimiento, y en diez años no creí palabra alguna ni del más coloreado, en teniendo que muy presto reza el tonto lo que intuye sin saberlo. Desta suerte me acaescí en no dar oídos a patrañas prodigiosas, ni a los yertos episodios que dél habrían entonar los muchos cantores de seguido en esos años, y así, tal digo, rugía una tormenta de facundos en mi casa y yo en la esquina sin calarme.


Desta forma sobrevino cuatro noches ha, la noticia de su arribo a la metrópoli, luego a Cádiz en concreto, y el propósito portado en una epístola suya de ocultarse en La Hispaniola en poco tiempo. ¡Ay de mí, que de pasmos voy curado y sobre esto, como digo, no me hallo! Al presente es otra cosa en estos términos, que yo juzgaba muerto a mi pariente en sus periplos y resulta que colea como novel, ¡mozalbete!, y que son muy verdaderas en grosor sus historietas. Ahora habré creerlas y asentarlas en papiro, que en el medio airoso gaditano vuelan las palabras y se acaban o marchitan de seguida, y no habrían ser entonces tres leyendas para niños, sino casos inmediatos de su boca y de otras muchas que tuvieron a la mira sus hazañas.


Entre vinos de festejo y aguerrida concurrencia, prendídose ha la lumbre anaranjada de la tasca con sus cantos esta noche, relatando acaescimientos asombrosos de su vida entreverados con el son de bandoneones y guitarras. Las palmas y las trovas han templado las junturas de lo justo en la taberna, y levado nuestras almas sobre puertos azulados del Oriente, melodiosos horizontes batallados y tesoros de valía inconcebible entre monedas, playas vírgenes, y damas que no tanto. Noche rica, de tal himno, por gozosas alabanzas y promesas ya en sus ciernes, pero noche al fin y al cabo, que se salda por ventura en un camastro. El glorioso primo mío capitán, con su hermano bandolero que me toca en parentesco de lo mesmo, RisaFloja, GotaFría, y un amigo, Chotacalva, todos los cuáles pregonaban sus maldades hace un rato, yacen cándidos cautivos en la celda primigenia de los sueños, ignorantes y en lo fin inofensivos, que en reposo el asesino, puede uno descuidarse de su daga, y, desta suerte acaso, recontar sus fechorías.


Mas puede uno decirlas enredadas, cual han estos papeles del cajón que van primero y que ojear podéis, lector, entre blasfemias de perplejo; o bien tomarlas del principio, cual dispongo desde ahora, en su asta la bandera del feliz entendimiento. Y aunque sé de unos Diálogos escritos de cuya historia no se advierte desenlace o conclusión, el reglado genio mío dicta referir antes los preludios, pues, si no han por enojo el que se pierdan cualidades literarias, habría ser más recta la manera de esta forma, no sólo para vos, lector ajado, sino para este servidor que las ordena.


Por tanto y tal cual digo, habré plasmar todos los lapsos de la vida de mi primo de su inicio hasta el presente, disponiendo los papiros, siempre, de abajo a arriba, de forma que al abrir este cajón que es La Taberna del Pirata, hallaréis primero lo último escrito, y que no habrá ser leído sin mirar antes el resto, desde el Pliego Primero –que es éste– en adelante, todos los cuáles compongan mis Enmiendas.

Desta suerte halléis plena y deleitosa su lectura, que en sazón regalaré a vos un plato de fragantes peripecias y, si acaso, un legado imprescindible para doctos de la Historia.

Sea, de las aguas, gran Neptuno, un mecenas que custodie mis designios.




Alejandro de Gamaza

NOTICIAS DE UN CANCIO

Author: Alberto Cancio García /

Por romper rutina el cielo, ocurrido ha lo más curioso si aún quedaba.

Hoy, a 23, mes de Octubre, un hombre manso, con aspecto de escritor entreverado con soldado o espadero, se ha colado en la taberna demandando referencia de Alejandro de Gamaza. Yo soy, dicho he, y tras verme el tatuaje y remirarme como a un Cristo revivido, tendido me ha un sobre sin sellado.

De principio no creía los papiros, pero eternos son los bulos para dar tiempo a creerlos:





































No me hallo en esto, en después de tantos años.

TABERNA LA HISPANIOLA

Author: Alberto Cancio García /

Yo soy el gaditano don Alejandro de Gamaza, joven, afilado e instruido. Músico selecto de la Corte y a la vez frecuentador de burdel sucio.


Nascí y me crié en esta ciudad a más hermosa, y della entiéndenme la aristocracia y los mendigos por igual, pues a unos toco pulcro el manto con mi arte, y a los otros doy asilo. Citado me hallo un día al mes en el Castillo de la Villa, donde ensayo sendas piezas musicales, las más clásicas, y regento de otra parte la afamada Hospedería La Hispaniola, ques también una taberna confortable y de buen vino.


Nueve años ha que en esta doble vida me sostengo, la una por vivir acomodado y la segunda por prestar con mis servicios buen auxilio al contrabando. El hueco que me dejan estas dos, ese, es únicamente para vos, que entretanto, disculpadme, sólo sois lector.

Las jornadas más nocturnas quieren verme de amanuense, recogiendo en la taberna los coloquios que de gracia tienen algo para el mundo. Yo no sé, no he saberlo, el porqué.
Que no soy tan loco amante de las letras, ni tan sincero. Mis plegarias son la música, y otro poco las mujeres. Pero el mundo, sus saberes, ¡por amor que lo descuido!, y es la sola inspiración la que me obliga a transcribir como en un sueño.


Así, de las mil que hay de maneras, yo pervivo. Y es azar que estos escritos lleguen sanos al olvido, como azar también será que los leáis y disfrutéis como los tontos y los niños.

Es del todo una cuestión de andar el tiempo.

Sobre cómo pare vida la muerte en cutildeque circunstancia

Author: Alberto Cancio García /

_ Por la quilla de mi nave que ha de ser él. Oíd que pisa… fuerte y dos veces, tal don Francisco dijo…

_ Pero… ¿y la sevillana, capitán?

_ Silencio.

_ …

_ No hay sevillana, hermano. Huyamos a Santana.

_ Aguarda, vascongado. Hay algo… Entreabre la ventana, GotaFría. Poco. Así. Que no noten presencia si hay guardias en la calle…

_ Daré mordiscos, capitán, a esos y al que sube.

_ Silencio…

_ …

_ Callad. Desenvainad lento.

_ Mi trabuco carga pólvora.

_ ¿Ya?

_ Siempre.

_ Bien, mi pariente. Ambos tomad alineación de asechanza. Apuntad a la puerta. GotaFría, agarra el portillo. Si habremos de saltar diré agua. Pero no abráis fuego si no digo.
No creo…
Sea tal vez…
Oigo dos pasos escalón según suenan… Y fuertes, muy marcados… Es extraño…

_ ¡Ya está ahí!

_ Shhh.

_ …

_ ¿Eh? ¡No creo!

_ ¿Llama como huésped?

_ Silencio…

_ No canta sevillana, hermano. ¡Vayámonos…!

_ Llamado han despacio, vascongado…

_ No me fío…

_ ¡Deja que le abra, capitán, y acero le dé de bienvenida!

_ ¡Silencio, Gota! ¡Está abriendo! ¡Tiene llave! ¡Preparaos!

_ ...

_...

_ ¡¡Quieto ahí!!

_ ¡¡No disparéis!!

_ ¡¡Quietos todos!! ¡¡Apuntadle!!

_ …

_ ¡¡¿Quién sois vos?!!

_ ¡De Francisco de Medina vengo! ¡Yo sólo! ¡No disparéis!

_ ¡Vuestra prueba! ¡Dádnosla!

_ ¡No llevo!

_ ¡Habremos de disparar entonces, amigo!

_ ¡No! ¡No lo hagáis si preciáis la vida! ¡Vigilan la calle! ¡Vengo a revelaros salida! ¡Subí a dos pasos escalón! ¡Francisco me advirtió!

_ ¿Y por qué no subisteis…? ¡Ah! ¡Eso es! ¡La prueba! ¡¿Qué habríais venir cantando?!

_ ¡¿Cómo?!

_ ¡Voy a dispararle, capitán!

_ ¡¡No!!

_ ¡¡Quieta, GotaFría!!

_ ¡Dios…!

_ ¡Si es por bien que venís de don Francisco de Medina, tabernero insigne de La Torva de Triana, una canción andaluza debríais haber tarareado en la escalera!

_ ¡¿Una canción?!

_ Descubríos la cara dese paño, indicadnos qué palo del Flamenco mentó Francisco y viviréis.

_ ¡De veras que no escuché…! ¡Un momento! ¡Sí habré! Se…, sev… ¡sevillana!

_ ¡Sevillana! ¡Eso!

_ ¡Señor, veámonos! ¿Es que no habrás verlo, capitán? ¡Casualidad es ésta, que de estar en la Sevilla se cante sevillana! Los ojos son para ver, y vacilado ha al decirlo.

_ Así es, mujer. Pero yo juro que de parte suya vengo, y que por haberlo dicho él a mitades, razón hay para mi duda.

_ Y cuál.

_ Francisco no alcanzó a proveerme ese detalle… Lo dicho.

_ ¡Válgate Dios, que es Francisco tabernero y anda bien de la memoria!

_ Ya no lo anda, señorita.

_ ¡¿Cómo habréis, hombre?!

_ Sentirlo es poco para mí, que era su amigo…

_ ¡Por Dios, que pasado habrá lo que oír no quiero!

_ Llegaba yo en bajando la calle, sin saber, lo juro, y vi seis guardias que lo sacaban de la tasca y lo forzaban.

_ ¡No!

_ En desgracia mía..., sí. Lo atravesaron sin dar tiempo a encararme.

_ ¡¡Rayos!! ¡Francisco! ¡Muerto!

_ Yo me acerqué resuelto, que yacía él en suelo encharcado y los guardias yéndose, y al tomarle en mi lecho tratando abrigarlo, díjome sólo de tres amigos que habrían en la posada, de llevármelos a Santana por la galería y de haber dar dos pasos fuertes cada escalón por que me abrieran… ¡Y a hablar iba algo más de cantar sev…, pero hubo de toser y las fuerzas le fallaron!

_ Jode…

_ Don Francisco de Medina…

_ Lo siento por vuecedes, caballeros. Y por mí.

_ ¿Y dónde han ahora sus restos?

_ Abajo. Baltasar ha echado la turba y colocado una mesa. Esperan que llegue el médico por dar parte de acabamiento y buscar velorio...

_ ¡Quiero verlo!

_ ¡Imposible!

_ ¡Capitán! ¡Miente el malandrín! ¡No hay muerto ahí abajo!

_ Sí que lo hay, mas también un gendarme que vigila, niña, y porque mudar de aires no es fuerte de los Robles, ¿verdad, Claudia?, ahora os reconozco.

_ ¿Cómo? ¿Habréis de ser conocido bajo ese paño?

_ Así es, niña. No cambias. Miradme sin él…

_ ¡Cielos! ¡No puede ser! ¡ChotaCalva!

_ ¡Ven a mis brazos, vieja amiga!

_ ¡Creerlo es absurdo, Dios mío! ¡ChotaCalva!

_ ¡Cuántos años, niña!

_ ¡¡Sí!!

_ ¿Entiendes algo tú, hermano?

_ En absoluto…

_ ¡Es ChotaCalva, capitán! ¡Camarada de juergas!

_ ¿De juergas?

_ ¡Y de bailes!

_ ¡La Virgen!

_ ¡Dios, ¿cómo has en la Sevilla, muchacho?! ¡¿Cuándo?! ¡¿Ya no bailas para aquellos?!

_ ¡De contar es largo todo, niña, que tanto mareo da la vida…!

_ ¡Y tanto lo ha! ¡Soy pirata!

_ ¡No! ¡¿De veras?! ¡Claudia, danzante de la Luna, ¿pirata?!

_ GotaFría, si no es molestia. Hube dejar aquella vida por hallar otra más rica.

_ ¡Claro! ¡No sabrás lo que te hallo ahora, que también cambié la danza por la daga, y a honra buena aunque pena!

_ ¡Hola! ¡¿También pirata?!

_ ¡Pero de tierra, niña! ¡De tierra!

_ ¡¡Como vos, don Cancio!!

_ ¿Bandolero habéis, señor?

_ Algo así.

_ Yo soy Jesús Cancio, aunque conócenme por El Vegano al norte, hermano de él, el capitán pirata Jack de los Espárragos.

_ Oí hablar de vos, capitán.

_ Es sobrado placer, amigo. Y la bienvenida tramitada siento como daga en el pecho si es por bien que conocéis a GotaFría.

_ Así es, señor. Amigos de tretas hubimos ser en Cádiz, hace años, y vuestra disculpa acepto grata sin rumiarlo y juzgándola propia del caso.

_ ¡ChotaCalva! ¡Ja! Qué alegría…

_ Otra muerte pare vida, mi Gota… Pena de Don Francisco.

_ Pena que, yo presumo, caballeros, proveída ya la condición feroz de Sus Mercedes, no privará al arrojo de sus céfiros tajantes…

_ ¡Ni hablar, amigo!

_ ¡Nunca!

_ ¡Venganza!

_ Si mejor no ha el destino, asumo resolutivo el tesón destas lanzas, necesarias y forzosas, por hallar vuecedes peligro en cualquier calle de la Sevilla desde ahora.

_ ¡A esos cutildeques que ajaron de maltrato el alma del cofrade, muerte así dada!

_ ¡A ellos!

_ ¡A ellos!

_ ¡¡A ellos!!

_ Tomar habréis los efectos íntimos ahora, por cumplir yo la voluntad de Francisco en llevándoos a Santana.

_ Que lo que él dijo sea.

_ ¡Pero yaceremos allí como ratas rodeadas, capitán!

_ No, GotaFría. De allí habrá sacarnos el Gitano con su bote.

_ ¡De veras que no entiendo, caballeros! ¡Y la afrenta, capitán! ¡Y don Francisco!

_ La daremos en tanto quiera el hado no nos vigilen.

_ Pero… ¡¿Y las deudas de Hamilton?! ¡Y los planos que tenídome han un mes encerrada en la Sevilla como tonta!

_ Pues habrán de esperar. Que de tan veterano no importune a Hamilton la linda demora.

_ ¡¿Y un bote, capitán?! ¡¿Qué bote habremos?! ¡¿Del río?!

_ Del río que muere en la mar y da vida más ancha. Largamos a Cádiz, GotaFría. Aquí nos han descubierto.

LA ESCALERA

Author: Alberto Cancio García /

Da un paso sobre el primer escalón, luego otro.
Dos pasos, y otro.
Tres pasos, y uno más sobre el mismo…
Es como subir el doble, murmura, y se centra luego en simular una cojera fidedigna. El guardia apostado en la puerta de La Torva aun puede verlo, así que convendría no descuidar mueca y encorvadura si pretende llegar arriba sin levantar sospechas. La llave doble tintinea en su mano, limando los resuellos de odio y cansancio. Odio.
La puerta de la alcoba, allá arriba, parece tan oscura y angosta como el pasadizo mismo que la enmarca al fondo. Un escalón roto. Suficiente para armar un alboroto si no anda con cuidado. El guardia ya no lo ve. Cuidado.

Sobre cómo la contramaestre GotaFría hubo de trazar un plan por liberar la comandilla

Author: Alberto Cancio García /

_ ¡Reverencia de brebaje, don Francisco!

_ A moco de candil las vides, capitán.

_ Y reserva, dos siglos, dicen…

_ Primero la vid, capitán, y luego los siglos.

_ ¡Ja, ja, a versado maestro de esgrima sonáis, don Medina!

_ Habría de serlo para vos a mis años, joven, y por ello no lamentaréis de fastidio en breve, ni vuecedes tampoco.

_ ¿Fastidio? ¿Qué fastidio?

_ El maestro esgrime el sable que pincha y duele, mas así salva al discípulo de ser atravesado luego. Acompañadme arriba, capitán.

_ Ni rumiarlo necesito. Vamos.

_ Y también vuecedes, si preciáis la vida.

_ De veras que no entiendo, caballeros.

_ Vamos, GotaFría. No es don Francisco canto de sirena.

_ ¿Apenas una jarra y ya, capitán?

_ Quedaos aquí un sorbo más y será el último, jovencilla.

_ ¡Bah!

_ Vamos…

_ Sube, GotaFría, que han de ser las damas primero.

_ Tú, capitán… ¿Tan caballero?

_ Yo por detrás, oteando el trasero.

_ ¡Ja!

_ Verán, jóvenes, que no es caduco mi consejo. Si por bien no hubiera, sería mi ayudante, Baltasar, quien habría de atender la mesa donde vuecedes ociaban, pero hay afuera movimiento de guardias y no me fío de ese a quien llaman el negro. Por eso fui yo a verles.

_ ¿El negro?

_ Ese. Salió de la taberna hace poco y le traigo sobre ojo, que me da que es soplón que ni teme ni debe… Cuidado con el escalón suelto.

_ Ahora que lo decís, don Francisco…

_ Le vimos antes, hermano. Lo señalaste.

_ En efecto, vascongado, salía de la taberna y comenté algo sobrello.

_ Pues por seguro que a delataros iba, muchachos. Aquí tenéis la llave. Yo habré de bajar por no levantar sospecha. Guareceos en la habitación y haré por que nadie suba. Si los disuado en un rato, subiré yo, pero habré pisado fuerte dos veces cada escalón y me oiréis cantar sevillana. Si oís pasos seguidos y sin canto, saltad por la ventana al tejado de mi casa, y luego corred al agujero de Santana.

_ Gracias, don Francisco, que la vida os deben ahora nuestros resuellos.

_ ¡Y vuestros almas, capitán! Que de la parca se va al infierno para piratas y fulanas. ¡Entrad!

_ Adelante hermano… GotaFría…

_ ¡Maldito chivato!

_ No te enrates, mujer, y cierra la puerta con llave.

_ Ya lo hago. Y tan dura es.

_ Mi señora, permitid…

_ ¡Ni te atrevas a ayudarla, vascongado!

_ ¡¿Cómo dices?!

_ El último que la dio por cortesía, acabó dándolo todo.

_ ¡Diantres!

_ ¡Ah! ¡Ese bastardo sobón! ¡Habría de estar bajo tierra y no bajo la mar cual pirata honrado!

_ ¿Matasteis a un hombre que hacía por arrimar el hombro, mi señora?

_ Maté a un bastardo que dábaselas de semental.

_ Un buen marino entrado en años, hermano, pero con gusto por las nuevitas.

_ Ya veo.

_ ¿Qué habría yo de hacerle, hombre? Quitome GotaFría de problemas ulteriores con él. Las indias del Caribe lo temían. Y cuando supieron de aquello, al arribar poco después a Guadalupe, reunieron una fiesta las graciosas, como si hubiese sido el mismo Colón el muerto, con tanto que a GotaFría la subieron a un trono de hojas secas, y perfumada y pintarrajeada anduvo dos días enteros por la isla, como reina.

_ ¡Ah, sí! ¡Cuán hermosura de noches allá en Guadalupe! ¡Qué nostalgia!

_ Volveremos, GotaFría, no apures lamentos cuando la cosa merece sable y poco.

_ ¡Lamentarme habré de aquí hasta que vuelva a la mar, capitán! Tanto me ahoga esta Sevilla que tener a buen decir la bodega del Libertad se me antoja bien fundado. Si he de salir viva deste antro, no duraré un día más en la ciudad.

_ En breve podrás dormir sobrello.

_ ¡Júralo! Desde verme sola cuando entré en la Sevilla, como al principio de mes, y después de sacaros de rejas, ni un dedo he movido…

_ ¡Ja, ja! ¿Y no tuviste suficiente, mi Gota?

_ Mi señora…, no quisiera atormentar con fisgoneo impropio, pero he oído a mitades una historia de la que, ya conociendo vuestra osadía, no imagino final… ¿cómo habríais de librar a mi hermano de la prisión?

_ ¡Condenada historia!

_ ¡Ja, ja, hermano! Larga patraña es la della… pues ducha en el saqueo la conocieres si la vieres, pero también arpía y buena cómica.

_ Es intriga, mi señora.

_ Sepa Vuestra Merced que fue la curiosidad asesina del gato.

_ ¡Claudia GotaFría! ¡No habléis a mi hermano con despecho tal y sed condescendiente, que no lo habéis en vuestras hazañas!

_ De acuerdo…, vaya..., os pido mis disculpas, don Cancio. Enojada ando hasta la esencia por verme aquí de rebato e interrumpirme esta encerrona un buen negocio. La que vos me solicitáis es historia con mucho larga y azarosa, pero por que vea Vuestra Merced que de clase humilde buenas lanzas he, tenga por bien el compendio de chistes que le brindo.

_ Dejadlo, mi señora. No he de ser yo quien os importune con…

_ ¡Sentaos en ese camastro y escuchad, por favor!

_ ¡Ja, pobre vascongado, que aun no supo con quien lidia!

_ ¡Ja, ja, ja, pero ahora lo veo, hermano! Lo veo y de acuerdo, GotaFría. Continuad, pues.

_ Continúo… la parte de en llegando a Cádiz y recorriéndolo de cabo a rabo para mal dar con que, según habrían de decirme algunos muchos, vagabundos y cutildeques de la calle, al capitán de los Espárragos habíanlo mudado de prisión con los suyos, directos a la Sevilla por no sé cuál historia de plaga de cárcel. Temí yo por la salud dellos y la mía propia, pero como rumores parecían más bien en boca de ebrios, vagos y maleantes, supuse que en Cádiz no habría celda para tantos que eran, y que por ello habríanlos llevado tan lejos…

_ A la capital…

_ En efecto, vascongado. La capital. Pues ni de plaga ni de número tenía venta la cosa, sino por dar a los potentados alegría de vernos colgados por muchos.

_ A mí el mundo se me vino al suelo, y más de una semana anduve en demanda de trabajo donde el muelle, disfrazada por ver si teníanme por muchacho para grumete. Al final fue un gallego, pescador solitario, que en su Gloria Dios lo tenga, quien hubo de enrolarme en su chalupa.

_ ¿Murió?

_ ¡No! ¡Hube de echarlo a la mar!

_ ¡Vaya!

_ ¿Cómo habría entonces de llegar a la Sevilla? ¿Cabalgando de nuevo? ¡Dolíanme las enaguas de tanto trote! Le robé su chalupa y le dije, ¡oye, ven conmigo!, no quiso, y bien. ¡¿Quién las tendrá de saber?..., quizá lograra nadar hasta la playa en poco! Pero tal cual digo, desta suerte llegué sana y salva a la Real Ciudad de Sevilla, que allí pude atravesar por el río largando vela y andando su curso. Fui a la Cárcel Real lo primero, sin comer de días, pero vi que uno, Artois Bustamante, andaba de guardia en la puerta, que era él antiguo conocido de escaramuzas y viéndome la marca del brazo me recordaría…

_ ¿Sólo la marca del brazo?

_ ¡Calla, capitán! Las ingenié para entrar en la cárcel yendo a pedir a unas monjas. Las preladas me dieron cobijo por verme a más demacrada, que les dije ser esposa viuda, y en estando allí con ellas pues hubieronme dejar sola un momento, advertí un hábito y lo escondí en la bolsa. Sepa Vuestra Merced que al día siguiente andaba yo por la Sevilla disfrazada de casta, ¡Dios del cielo!, yendo a parar a las narices de ese Artois Bustamante, que ni por asomo habría de distinguir nada mío, claro, creyéndome redentora de los procesados.

_ ¡Increíble, mi señora!

_ Pues tenga por bueno lo extraordinario.

_ No imaginarás, mi vascongado, la impresión que hubo de causarnos contemplar lo della, puesto el hábito de monja, de risa y alegría, mas sin poder exhibirlo por no dar cante. Teníamos allí proverbio todos de soga inminente, y verla fue recobrar razón de vida.

_ Hubiérala tenido yo sólo por aventarme de aquellos tufos, ¡Dios! ¡Hedía la jaula a perro!

_ ¡Ja, ja!

_ ¿Y cómo habríais de liberarlos, GotaFría?

_ Ni cosiendo ni cantando. Con Sol la Cárcel Real henchía de vigilancia. De noche por menos, gastaba dos alguaciles, funcionarios, uno lerdo y otro airado, tan orondo. Por ventura, me dije, sacarlos habré de aquí en el oscuro, pues rivales dignos no se me antoja el par.

_ ¿Los matasteis?

_ No habría.

_ En tanto menos peliaguda supones la historia, hermano, más dificultosa se evidencia, que no fue la nuestra sino ardua aventura, de plan bien proyectado en cautelas y pólvora. GotaFría hubo de asistirnos en más días de presidio, con hábito de ardid; y en sirviendo tanto la primera vez, sólo hubimos quedar para el día siguiente, por dar tiempo a ella a trazar un plan rotundo con la frescura que la libertad le habría.

_ ¿Y qué frutos dio aquello?

_ Ni decirlos a Vuestra Merced... ¡Tantos!

_ Y todos del Árbol Prohibido, hermano, ¡ardieron Sodoma y Gomorra juntas!

_ ¡Demontre! ¿Con fuego huisteis?

_ Con fuego cobraron los necios lo que a otros hicieron, don Cancio. Yo no aspiraba a romper yugos de celda y disponer otros de tierra. ¿Por cuál razón libertar la comandilla si habría luego ésta de errar oculta en la Sevilla? Aunque aquí y ahora me vea Vuestra Merced como topo encerrado, y tanto estúpido por no marchar, quería yo librar de rejas a los míos, sisar un barco en el acto y poner inmediato rumbo a la Onuba, por atacar incontinenti el fondeadero donde andaba varado el Libertad… ¡Y a vivir!

_ Y lo hiciste, mi Gota…

_ Mucho así, desta suerte caminando río abajo, advirtiendo casualidades que se me dieron y fueron buenas, lo junté todo en uno, y tracé cual plan por más temerario, aunque de proceder viable para muy bárbaros.

_ ¡Y vos lo habríais!

_ Hermano mío, ten por buena cruz el lastre, y pues sábete, que de la mano a la copa se pierde la sopa, e hizo GotaFría diestro trabajo, por no vencer un poco sólo y a mitad, sino del todo en una vez.

_ Estos ases son aquellos que dijimos.

_ Ahora, si oyes, prodigarás sin que lo diga: ¡qué designios faroleros! ¡Cuán monserga de pirata! Mas, si hubieras de dudar, hermano, desnuda ya mi bocamanga, óyelo y duda, pues creer nuestra suerte y maña grande empresa es de igual manera para intrépidos que cobardes.

_ Esfuerzo gaditano habré, si así lo precisa el lance.

_ Será por bien vuestro, don Cancio, que yo no reparo en pagos cuando he de zurrar la sesera, y si por ventura trajome la suerte albedrío para urdir un plan yo sola, tanto habría de guardarme composturas como el cerdo en su matanza.

_ ¿Anduvo vuestro ingenio tan gritando de dolor en las entrañas?

_ No lo he de saber tanto, don Cancio, y así lo digo a Vuestra Merced, con osadía, que si habría yo de libertar la comandilla de la jaula, con fuego y estallidos acaescería esto; que si menester era escapar por una vía sin estorbos, el río Guadalquivir, más ancho… ¡ese sería!; y que si por ventura hallaba un navío para bogarlo, no dudéis desto, don Cancio, habría de ser en todo el mar el mejor aparejado .

_ ¡Callad!

_ ¿Qué…?

_ Callad..., la escalera.

Don Francisco de Medina

Author: Alberto Cancio García /

Don Francisco de Medina ha respondido a la demanda con un reojo cobrizo. Luego ha tomado una jarra redonda, ha colmado de aguardiente un vaso mugriento, y ahora lo apura hasta el culo él mismo, sin instar a su ayudante a que atienda a los clientes.
Esos no beberán más vino por esta noche, piensa, y se vuelve a mirar por la ventana. El cristal anda devolviéndole oscilaciones extrañas desde hace un rato: Breves movimientos renegridos por la noche, rectos en parte, también informes, aunque salpicados a veces de algunos reflejos centelleantes. Aquel ha sido una espada. Ese otro una lentejuela.

Don Francisco de Medina bordea la barra y se dirige hacia la mesa de debajo de la escalera.
Será mejor que los avise, musita.

Sobre cómo el capitán de los Espárragos fue conducido preso a España

Author: Alberto Cancio García /

_ ¡Menuda es la pinta que han ustedes con esos sombreros en la taberna!

_ Demandante de tales discreciones es el anonimato, mi señora, y ambos, él en pillaje de mar y yo en el de tierra, por enjuiciados rebeldes nos tenemos…

_ ¡Señor, veámonos!

_ Esta es GotaFría, querido hermano… ¡Y vos sentaos, milady, que aun queda vino!

_ Pues sepa Vuestra Merced que, aun muchacha, también de esas cadenas yo me tengo, y así comparto sus sigilos, mas que si otras circunstancias me cobraran contemplar esta taberna siendo guardia y no fulana, habrían de ser vuecedes los primeros que mirara… ¡Cielos, capitán, que habrás de coger cocoroco de tanta pañoleta!

_ ¡Pues bien me la he de quitar si con ello alcanzo a obedeceros!

_ No sois lo que en mujer correspondiera a delicado, direlo…

_ Ni debiera.

_ La osadía es menester de nuestra causa, bandolero…

_ También lo es de la mía, y entendiéndolo me hallo.

_ Y yo a Vuestra Merced agradezco la indulgencia, que si habría de importar tener matriz o no tenerla, de chica me aprehendieron la sentencia: donde fueres, haz lo que vieres, y a ella por provecho me atengo.

_ ¡Ja, ja, maldita GotaFría! ¡Son tus excusas de hielo perenne! A éste quien llamas Vuestra Merced no es menos Cancio que yo, que del mismo principio salimos aunque por ventura se hiciera pirata de sierra.

_ Gran placer es conoceros en persona, señor...

_ Jesús Cancio para servíos, mi señora, aunque todo mío es el placer, que, también, por dicha ventura, baladas oí de vuestras gestas y muchas de las más valdría no saberlas.

_ Ni sabrás, mi vascongado, las que restan y no oíste, por ser tantas y sonar con tan afable desatino; que por una heroína de romance se tiene a GotaFría, aunque haya por aspecto de parecer tan susodicha.

_ Aspecto es de chiquilla y no de curtida savia…

_ Calladamente disimula, hermano, y fisgonea en derredor tuyo este salón tan penumbroso, que echarás de ver a los presentes más curtidos de aventura. Estate a la mira de los cuáles: fulleros, marinos y soldados de las mesas, y atiende más a los ases que robado han, pues recreo son de peligrosos lances a todo lo ancho de los piélagos. Mira a aquel viejo encrespado, cuyo acodo de la barra menos muescas tiene que él años, y atiende bien al ajetreo de Francisco de Medina, delineando con sobrado vicio los vinos de Triana. Mira a esas putas de la escalera, eruditas insignes del apurado vivir; a esos músicos de copla, que piratas son a esgalla; y al negro fugitivo que ahora sale de La Torva, a perderse en la noche sevillana por solventar no sé bien qué negocios. Si no has por enojo, hermano, míralos a todos, y supón las mil historias que vivieron cada uno. Luego piensa en los allegados dellos, imagina también sus venturas y conjuras, y no estarás, con todo, imaginando más de lo que vivido ha esta chiquilla, por verdad tan lozana.

_ ¡¿Vive Dios que tan mocita, GotaFría…?! ¡No! Y a vuestro asenso me digo que cacarear es de piratas, que envanecida me suena la oración del capitán… ¡de tanta hipérbole y tanto exceso como…!

_… ¡como merécese el oído gaditano, hermano! ¡Que por más que ahora hagas rostro de ademanes vascongados: de tales modos, tales juicios; y así, no tendrás en poco exagerar nuestras hazañas si a Cádiz eso gusta, y comprenderás que bien es bailar el agua delante!

_ ¡Ay de mí, que engañado me habrán con sólo oír!

_ ¡Y ay de nos, que enjuiciados seremos con sólo hablar!

_ ¡Porfía doméstica es esta, caballeros! Y habría yo ocuparme de un asunto…

_ ¡¿Otro, señorita contramaestre?!

_ Capitán…, no habrá de ser cruento esta vez, que sólo de adornos se trata.

_ Bueno, mi Gota, si ahora bien no hubiera, bajo tierra yacerías, que no he yo de pararte jamás; pero antes de irte, contaba a mi hermano el porqué hubimos aquí, en la Sevilla, hace un mes…

_ ¡Válgame Dios! ¿Has menester algo? ¡Echarte en cara no quisiera cómo hube de luchar sola!

_ ¿Sola, capitán?

_ Todo a su tiempo, bandolero… Exagerada oirás primero la historia del prendimiento.

_ ¡Como escarpia siento hasta la liga!

_ Ya te referí los temores que por todos sufrí aquella tarde del 21 de Abril, por no prever la lluvia y no llevar más lona; y que entonces perdición vi allá donde miré, que no era mucho por lo que nos acaescía entre humos y chispazos... Pues bien:
En viendo que el fatal destino humillaba nuestro barco, mandé izar la blanca, pero no por cobardía, dicho he, sino por ver que el Libertad se vencería de las balas de cañón en un costado. A perder la nave me negaba, por sospechar que el Maynard la conservaría luego, que así fue y lo es ahora, hermano, porque en verdad yo, como él, sabía que en España habíannos tenido ya por piratas contrarios, y que buen precio habían puesto al Libertad para estudiarlo en su acabado francés.
Desta suerte, mandó el cerdo detener la artillería, y viniéndose a nosotros lentamente lo vimos escudarse tras un palo…

_ ¡Tan cobarde, ja!

_ Tan cobarde que, como digo, ni rendidos nosotros hubimos de verle la cara. Dijo a cuatro marineros que trasladárannos de uno a uno al calabozo de su balandro, temiendo emboscada, y ni abordó mi barco hasta que éste anduvo bien vacío. Vacío de todos nosotros si quitáramos a cierta persona, de tan fría… ¿doyme a entender?

_ ¡No podría creerlo! ¡¿GotaFría?!

_ En efecto, vascongado, y hablando con poca crianza, arriesgose la chiquilla a reventar con el navío si el otro dice que a hundirlo.

_ ¡Linda sorpresa, capitán! ¿Cómo de tan joven habéis tanto valor, mi señora?

_ De mejores maestros soy agradecida, señor, aunque diré a Vuestra Merced que, por temer, menos lo hago a la mar que a la horca, y habría de ser extraño que dejara prender mis manos en habiendo otra salida. Y como pasó esto así, remolcada fui por el Pearl en las bodegas del Libertad por todo el Caribe a Cartagena de Indias, y luego, comiendo maíz que guardado me había, por todo el Atlántico hasta Cádiz, a escondidas de todo bicho por serlo yo.

_ Admirado me ha vuestra osadía, GotaFría, que nunca imaginé que tantos duelos y quebrantos cabrían en vos.

_ Y porque vea Vuestra Merced que niña acongojada no he ni fui entonces, tendré a bien explicarle el porqué de mi faena: que, habiendo oído al capitán de los Espárragos lo que a vos ha dicho ahora, que Su Majestad de España quería para sí el Libertad en que yo me escondía, pensé en llegar a él, no por verle fea su cara, sino por saber adónde encontraría nuestro barco después de liberar a mis amigos de la cárcel.

_ ¡Magnífico! ¡Vos viajasteis escondida en el Libertad por no perderlo…!

_ Por saber en qué puerto aguardaría fondeado a que lo rescatáramos, sí…

_ No puedo por menos que admiraros, mi señora.

_ Ya te dije, vascongado, que distinto era lo della; que mientras al resto quedaba ya rezar y poco entre las rejas del Pearl, prisioneros todo el viaje que ha mentado hasta nuestro Cádiz, ella aún tramaba, no sólo liberarnos a nosotros, sino, en fin, a nuestro barco.

_…, escondida estuve no sé cuánto, Dios, que aun me cuido de no pisar bodega ni oler maíz ni trigo, y fue como a mediados de Mayo que escapé sabiendo dónde quedaba el navío, y que anduve y cabalgué por las marismas de Huelva hasta Cádiz por ver si había aún de ayudar a los míos…

_ Y habías, mi Gota, tanto habías…, que si no hubiera sido por ello, vascongado, ahora con una aparición hablarías, y fue gracias a ella, ¡a ti, mi Gotita!, que saborear este vino ahora puedo...
_ Que se acaba, por cierto, mi capitán.
_ Ni amén... ¡¡Tabernero!! ¡¡Más vino!!

JUNTO A LA PUERTA

Author: Alberto Cancio García /

Ha entrado discretamente por la puerta que da a la calle y, aunque lo ha hecho sin ruído, todos la miran a hurtadillas desde las mesas. Envuelta en fardos de tela negra, con aire sombrío pero enhiesto, contempla la escena del bar un momento y se dirige luego a la barra, donde Francisco sirve varias jarras de vino simultáneamente.
La recién llegada avanza, dejando tras de sí una estela de frío aroma que a todos despierta del tibio aturdimiento, y entonces se oye algún que otro castañear de dientes, bajo el tintineo de las copas y el gruñido opaco del acordeón. De pronto, bajo la escalera, una mano en penumbra se levanta en señal de saludo. Ella la mira y sonríe.

Sobre cómo el capitán de los Espárragos fue apresado

Author: Alberto Cancio García /

_ Ten por cierto, vascongado, que jamás me quitó el hipo que tronasen tantos cañones como tronaron entonces en pos de mi busca y captura, y que tampoco hoy me lo quita el que sigan tronando y aun echar de ver que seguirán, pues bien sabes, hermano, que ralea de pirata es ralea para siempre, y que es nuestra condición eterna, salvo en aquellos que alguna vez metieron cuezo en el oficio y que luego vendieron sus servicios a las coronas mismas que los condenaron, que esos ni piratas son ni lo fueron nunca.
Mucho conoces tú, en tu suerte de bandolero, que en lo de ofender a dioses no hay lugar para perplejos, como perpleja tampoco es la horca cuando ha de forzar los gaznates.

_ ¡Pierde cuidado, capitán, que tan mascado y resabido lo tengo! Sentencia de muerte firmamos los libertinos desde la primera fechoría, y es nuestra vida un continuo escapar del fatal destino.

_ Y asegurarte puedo que, pese al arrojo de los nuestros, de ese destino se calaron muchos sobre el Libertad cuando, en la tarde del 21 de Abril, ¡mi condenado día!, el navío del teniente Maynard dispuso sus cañones de corsario…

_ ¡Con que Maynard el inglés, quien dio muerte a Barbanegra!

_ El mismo te digo…

_ ¡Malaventura la vuestra, topar con semejante bastardo, que me contaron a mí su historia tan cobarde! Y ni temible se me antoja el bellaco conociendo lo sabido, a no ser por su potencia de fuego, que sé, algún monarca le brindó a cambio de buen lametón en las posaderas…

_ ¡Ja, ja, hermano! ¡Lamidas son para ellos lo que valor para nosotros!

_ ¡Vive Dios que así es!, y frente al rey de esas lamidas, ¡diantres!…no imagino rendición de un capitán de nuestra casta…

_ ¡Ni la hubo, hermano sabio, ni la hubo…! Jamás rinde su pendón un pirata en sus cabales, pues bien sabe que mejor sufragio es la honrosa muerte en abordaje que su espera de igual modo en el patíbulo… Pero algo acaeció aquel día maldito que nadie pudo prever con sobrado tiempo.

_ ¿Qué demonio?

_ Pues creerás, hermano, que el tal de Abril enfilamos rumbo a la Gran Bahama, para hacer carenado y abastecer de lona nuestro paño, fondear el Libertad a resguardo de la República y parlamentar yo con el veterano Hamilton, que llevamos tiempo en deuda por el asalto a Martinica.
Enterados íbamos ya nosotros del fin de Barbanegra por un barco mercante que apresamos dos días antes, del que muchos nos juraron que Maynard había partido para la Inglaterra; y como de esa tripulación hicimos buen recaudo de navegantes disgustados, porque los más eran esclavos negros y lerdo el capitán, decidimos creerlos, y así no evadimos el rumbo.

_ Y tan mentecatos fueron tus negros.

_ No lo fueron a sabiendas, hermano, que muy dignos se mostraron ya en esta Sevilla, cuando hubimos de escapar por propios medios de la soga; pero dos días después de acogerlos en los nuestros, ahí estaba Maynard, capitaneando el jodido su Perla y con la barba de Teach colgada entodavía de una verga. RisaFloja anunció el barco a proa desde la cofa y a la mira de él anduvimos largo rato. Era balandro veloz, sí que lo era, hermano Cancio; aunque, por la salud de nuestra Hermandad que te lo he de jurar: ni ebrio hubiera visto en aquel cochambre de nave la célebre Pearl del asno inglés. RisaFloja llegó a creerla el antiguo balandro del Calicó.

_ ¡Demontre, que la visteis de lejos entonces!

_ En tanto, había claridad de tarde, sin bruma ni oleaje. Y cuando el catalejo insinuó la enseña inglesa, andaba ya tronando mi descarga de advertencia.

_ El Espárrago dando caza como lobo a lobo flaco, eso es lo que me dices.

_ Sin dudarlo, bandolero. Lobo más bien flaco era en justicia, pues ni ocho cañones por flanco gastaba el Maynard por entonces, que fue después de lazarnos la vida que logró aquel navío insignia con cuarenta piezas.

_ A lametones, dijimos.

_ A lametones y en juegos de escondite, que se ha dicho. Pero el 21 de Abril, llevaría el calzón rasgado, hermano, que la brisa aclaró sus ideas, y ordenó entre estampidas abordar el Libertad.
Fue respondido el primer cañonazo y demás que vinieron, y nosotros liamos los avíos de batalla, que yo creí que fue entonces que nos reconocieron, porque el balandro viró como hacia el sotavento.

_ ¡Creería entonces las historias que de tu navío se rasguean! ¡Que muy pocos orillan plantarle cara!

_ Cree, hermano, cree con gusto, que es la fe contagiosa delicia y limpias popas nos presentan más que siempre, pues ya dijiste antes: el miedo pinta monstruos donde sólo hay lindas olas, y hace de la brisa cancioncilla de sirena. Creerán los arredrados que en mi barco hay diantres negros, y entre rezos y plegarias los oteamos izar hasta el último pañuelo, y se ponen a remar para escapar de tres borrachos santurrones, mientras que mi barco no huiría sino de perros en pandilla.

_ ¡Pero decidme el corolario, capitán, que las ascuas despabilan la impaciencia!

_ Como siempre, vascongado, tienes a menos los detalles, y de ir al grano, de ir al grano, vaya a ser que te supure y duela. Dicho te he ya que era tarde clara, y aunque vimos nubes altas, no eran de lluvia. En el Caribe, ¡ay, hermano!, la claror torna en sombra con un solo pestañeo, y como se iba haciendo de noche, ni vimos el poniente que traía.

_ ¿Lluvia?

_ Parecía que ese Maynard guardaba todo en la cabeza, porque huyó sólo al principio, se dio la vuelta, y azotaba a sus remeros para cubrirse de esas nubes, arañando contra el viento.

_ ¿Quería lavarse el sucio anglo?

_ Quería lavarnos a nosotros, hermano, que no rumiábamos acosarlo mucho más, para que huyera sólo y santas pascuas, pero con la campana de guardia saltó un rayo, como proclama de infortunio, y su Perla escoraba entonces por babor, arriando el velamen del trinquete.

_ ¡Hola, que ya no huía de la Libertad!

_ Ni de nuestro navío Libertad, ni de la noche, ni de la tormenta, que ya nos rozaba. Orillé dar la vuelta y escapar della, aún sin advertir trampa alguna, pero las voces de RisaFloja me cortaron el resuello entonces, que bien avisaban lo que el cerdo hacía y no cabía en el pecho que emprendía rodearnos por babor…

_ Si habría Maynard de abordaros con lluvia de manga, ¿sería por sacar abrigos de la greña de Edward Teach?

_ No sabrás, mi bandolero, sin que esto te lo diga, que no era para nada la suya pretensión de abarloarnos.

_ ¿Y qué puñeta quería entonces bajo el agua de poniente? ¿Qué lucha, si se traban los cañones con la pólvora mojada y las mechas tan caladas no disparan una canica?

_ Ya te dije que de lona andábamos bien faltos, hermano. Pues de lo que a nosotros nos faltaba, a ellos les sobraba. Agujereadas lucían nuestras velas, que se veían, y por el rumbo que llevábamos, ese Maynard acertó, pues supuso que a por lona íbamos a Nueva Providencia. Se arriesgó al pensar esto, y cuando empezó a llover con fuerza, hermano, como surgidos de la nada, tres trapos de lona gorda se tersaron sobre la cubierta de su barco. Lona que tensaban los marinos en las bordas, protegiendo los cañones y cargándolos de mientras.

_ ¡Diablo de teniente!

_ El Diablo verdadero debió reír su treta, ¡de tan ingeniosa y tan cobarde!, que parece que gusta el Maynard de esconderse en las bodegas y asaltarnos desde allí. Fui yo, al descubrirnos más lentos y sin fuego, que supuse el fatal destino, y así parece que se fue cumpliendo a cada paso, hermano, aunque… y ahora óyeme sin duelo, Cancio, que creo yo que en uno de ellos sí que debió tropezar el destino, pues bien me sabe este cáliz sevillano, bien agradable es tu compañía y bien hechizan los ojos de aquella que avanza entre el humo y las copas.

_ ¿Esa es GotaFría?

_ ¿No te hiela sólo verla andar por la taberna? Es la misma, que viene a evidenciar mis historias… ¡Mademoiselle! ¡Venid! ¡Sentaos con nosotros!

Bajo la escalera...

Author: Alberto Cancio García /

Hoy Francisco de Medina ha cerrado con más ímpetu los cuatro ventanucos de la cálida taberna, por lo que Enero habrá de quebrarse ahí fuera pese a sus tercos alaridos. Como todas las reminiscencias del invierno, él también acabará deshaciéndose en escarcha sobre las paredes de La Torva. Y mientras esto suceda, enredada entre los cabos que sostienen los candiles, una nube de vapor seguirá caldeando el techo de la tasca, y entre la música de madera y el tintinear de los licores, continuará oyéndose, por siempre, el gorjeo de la noche. Borrachos somnolientos. Risillas displicentes. Temple de cantina perfumada con el cáliz de unas historias que sería más cauto no contar.

Bajo la escalera, en una esquina penumbrosa y sobre una mesa muy pequeña, dos individuos conversan entretenidamente, ambos encubiertos por sendos sombreros. Nadie parece oírlos. Y de hecho, nadie los oye.

Dos Cancios en Sevilla

Author: Alberto Cancio García /

_ De veras que he de jurarte, hermano, que aun habiendo oído de otras bocas las hazañas y fechorías que en otros lugares y con otras gentes cometiste, y que me causaron igual sorpresa, tamaño festín debiera regalar ahora a nuestra confianza para no sospechar de invenciones o mentiras en esta historia tuya. ¡Tan increíble, dices tú, para quien nada es improbable!

_ A nuestra hermandad festín ya le estáis dando, tocayo en sangre, con este vino tan terreno, que no se gasta en más sitio que este antro, por cierto, la Torva de Triana, mejor resguardo de patrones de entre los que sirven al contrabando y a la riqueza de los pueblos.
_ ¡Vive Dios con la riqueza, capitán, que si no te conociera pensaría que hasta ensalzas esta casa de putas! ...tan sombría es y así de sucia, la morada de la costra sevillana, ¿cuál riqueza ves aquí, pardiez?
_ Veo aquí el único patrimonio que a nosotros los sublimes aun nos queda.
_ ¿Y qué os queda, la taberna cochambrosa de Francisco de Medina?
_ ¡La esperanza, hermano mío! Pues es éste el único rincón de la Sevilla adonde aun se da oídos a las prodigiosas historias que mentas, y no de esas narradas por sandios bachilleres, sino de aquellas de boca y cariz de quienes bebieron el acero y la marea como tú ahora bebes sosegado de esa copa.
_ Sosiego de burdel…
_ Aguza tu oído impío y no pierdas el hilo de mis narraciones, con tono de romance y atenuadas por el oro del candil, y entremezcla el timbre manso de mi voz contando enredos con los ásperos quejidos de ese añejo acordeón…, y dime, ¡diantres!, dime acaso si no alimenta al menos tu imaginación este ambiente de lúgubre copla, este salpicoteo de los vasos y esos ases que se guardan en la manga los fulleros.
_ Así que en estos tiempos es la libertad una fullería.
_ Una leyenda sí que es, ¡digo!
_ Y por ello y no otra cosa, don Alberto, yo te ruego que permitas que compare tus palabras con pelota que se pierde de repente en un tejado. ¿Cómo he de dar asenso a esas historias que describes, si las dices tan perfectas, tan sublimes, ¡tan absurdas…!?
_ No te enrates, vascongado, que a la sazón sé te ofuscas y a los Cancio no conviene cuartear la buena jera si uno quiere prorrogarse celebrando su presencia… Esta historia que te cuento sí es de esas que semejan las patrañas romanceras, pero antes de que te hartes y te vayas y me dejes aquí solo en busca de otros contertulios, te diré que en este lance guardo un as a mi favor.
_ ¿Un as en esa manga, como la de los fulleros?
_ Nada de eso, chicarrón. Un as muy bien en regla: evidencia de testigos, que vivieron junto a mí nuestra aventura fabulosa. Presencias y cataduras de las que tú sabes a esgalla, y a quienes puedes pedir cuenta sin reparo.
_ ¿Y quiénes son esas almas?
_ Bien las conoces tú: GotaFría, La Escarchita, RisaFloja…, y el resto de mi bastimento, que al presente pulula las esquinas de la Real Ciudad de Sevilla y a quienes puedes referir cualquier patraña que dudaras.
_ ¿Y he yo de fiarme de palabras de piratas, capitán? En tiempos mores aprendí que mienten como frasca y que se enredan como cabos…
_ No es más chica la mentira de quien tacha de bandido a los que roban amparados por su único valor. A ellos también puedes preguntarles, los auténticos piratas, que se escudan en las leyes que protegen a los ricos, aunque muchos callarán por cobardía o por vergüenza. Y si te dicen, ¡ah, si te dicen…! Sólo algunos hablarán, hermano, fíjate: los más ingenuos, como el lerdo alguacilillo que nos tuvo en la prisión, tan borracho que en la vida mentiría; o Consuelo la princesa, que aun pervive allá en su alcoba, si es que el susto de las bombas no la dejó dando la piadosa Boqueada…
_ ¿Entrevistarme con vuestros enemigos dices? No seas dornajo, querido hermano. Te olvidas de mis bandolerías, que también somos yo y mis compañeros menudos picapanes, y tampoco trillo yo así de bien con los pudientes, aunque haya rechazado el código de los piratas. No soy nuevo en el saqueo, y sé que en eso de las leyes lo que dices tú no pega, pero embarra.
_ ¡Y mucho embarra!
_ Las leyendas de los ricos son aun de más adorno que las vuestras, sí que es cierto, pues puede menos la inmodestia que el terror, y las suyas las escriben temblores pusilánimes.
_ Y por ello, Jesús Cancio, oye bien lo que te diga, pues si puedes escoger entre borrico o mala bestia, más mejor queda conforme con escuálido borrico, que linda compaña te hará al menos…
_ Tú y el vino…
_ Yo y el vino y el borrico, para qué mejor reunión. Que aunque parezcan tan floridas mis palabras y semejen a libracos de aventuras, ¡que he de brindarte yo a ti más que un buen rato, mi hermanito, con esta historia que voy a narrarte!