Sobre cómo la contramaestre GotaFría hubo de trazar un plan por liberar la comandilla

Author: Alberto Cancio García /

_ ¡Reverencia de brebaje, don Francisco!

_ A moco de candil las vides, capitán.

_ Y reserva, dos siglos, dicen…

_ Primero la vid, capitán, y luego los siglos.

_ ¡Ja, ja, a versado maestro de esgrima sonáis, don Medina!

_ Habría de serlo para vos a mis años, joven, y por ello no lamentaréis de fastidio en breve, ni vuecedes tampoco.

_ ¿Fastidio? ¿Qué fastidio?

_ El maestro esgrime el sable que pincha y duele, mas así salva al discípulo de ser atravesado luego. Acompañadme arriba, capitán.

_ Ni rumiarlo necesito. Vamos.

_ Y también vuecedes, si preciáis la vida.

_ De veras que no entiendo, caballeros.

_ Vamos, GotaFría. No es don Francisco canto de sirena.

_ ¿Apenas una jarra y ya, capitán?

_ Quedaos aquí un sorbo más y será el último, jovencilla.

_ ¡Bah!

_ Vamos…

_ Sube, GotaFría, que han de ser las damas primero.

_ Tú, capitán… ¿Tan caballero?

_ Yo por detrás, oteando el trasero.

_ ¡Ja!

_ Verán, jóvenes, que no es caduco mi consejo. Si por bien no hubiera, sería mi ayudante, Baltasar, quien habría de atender la mesa donde vuecedes ociaban, pero hay afuera movimiento de guardias y no me fío de ese a quien llaman el negro. Por eso fui yo a verles.

_ ¿El negro?

_ Ese. Salió de la taberna hace poco y le traigo sobre ojo, que me da que es soplón que ni teme ni debe… Cuidado con el escalón suelto.

_ Ahora que lo decís, don Francisco…

_ Le vimos antes, hermano. Lo señalaste.

_ En efecto, vascongado, salía de la taberna y comenté algo sobrello.

_ Pues por seguro que a delataros iba, muchachos. Aquí tenéis la llave. Yo habré de bajar por no levantar sospecha. Guareceos en la habitación y haré por que nadie suba. Si los disuado en un rato, subiré yo, pero habré pisado fuerte dos veces cada escalón y me oiréis cantar sevillana. Si oís pasos seguidos y sin canto, saltad por la ventana al tejado de mi casa, y luego corred al agujero de Santana.

_ Gracias, don Francisco, que la vida os deben ahora nuestros resuellos.

_ ¡Y vuestros almas, capitán! Que de la parca se va al infierno para piratas y fulanas. ¡Entrad!

_ Adelante hermano… GotaFría…

_ ¡Maldito chivato!

_ No te enrates, mujer, y cierra la puerta con llave.

_ Ya lo hago. Y tan dura es.

_ Mi señora, permitid…

_ ¡Ni te atrevas a ayudarla, vascongado!

_ ¡¿Cómo dices?!

_ El último que la dio por cortesía, acabó dándolo todo.

_ ¡Diantres!

_ ¡Ah! ¡Ese bastardo sobón! ¡Habría de estar bajo tierra y no bajo la mar cual pirata honrado!

_ ¿Matasteis a un hombre que hacía por arrimar el hombro, mi señora?

_ Maté a un bastardo que dábaselas de semental.

_ Un buen marino entrado en años, hermano, pero con gusto por las nuevitas.

_ Ya veo.

_ ¿Qué habría yo de hacerle, hombre? Quitome GotaFría de problemas ulteriores con él. Las indias del Caribe lo temían. Y cuando supieron de aquello, al arribar poco después a Guadalupe, reunieron una fiesta las graciosas, como si hubiese sido el mismo Colón el muerto, con tanto que a GotaFría la subieron a un trono de hojas secas, y perfumada y pintarrajeada anduvo dos días enteros por la isla, como reina.

_ ¡Ah, sí! ¡Cuán hermosura de noches allá en Guadalupe! ¡Qué nostalgia!

_ Volveremos, GotaFría, no apures lamentos cuando la cosa merece sable y poco.

_ ¡Lamentarme habré de aquí hasta que vuelva a la mar, capitán! Tanto me ahoga esta Sevilla que tener a buen decir la bodega del Libertad se me antoja bien fundado. Si he de salir viva deste antro, no duraré un día más en la ciudad.

_ En breve podrás dormir sobrello.

_ ¡Júralo! Desde verme sola cuando entré en la Sevilla, como al principio de mes, y después de sacaros de rejas, ni un dedo he movido…

_ ¡Ja, ja! ¿Y no tuviste suficiente, mi Gota?

_ Mi señora…, no quisiera atormentar con fisgoneo impropio, pero he oído a mitades una historia de la que, ya conociendo vuestra osadía, no imagino final… ¿cómo habríais de librar a mi hermano de la prisión?

_ ¡Condenada historia!

_ ¡Ja, ja, hermano! Larga patraña es la della… pues ducha en el saqueo la conocieres si la vieres, pero también arpía y buena cómica.

_ Es intriga, mi señora.

_ Sepa Vuestra Merced que fue la curiosidad asesina del gato.

_ ¡Claudia GotaFría! ¡No habléis a mi hermano con despecho tal y sed condescendiente, que no lo habéis en vuestras hazañas!

_ De acuerdo…, vaya..., os pido mis disculpas, don Cancio. Enojada ando hasta la esencia por verme aquí de rebato e interrumpirme esta encerrona un buen negocio. La que vos me solicitáis es historia con mucho larga y azarosa, pero por que vea Vuestra Merced que de clase humilde buenas lanzas he, tenga por bien el compendio de chistes que le brindo.

_ Dejadlo, mi señora. No he de ser yo quien os importune con…

_ ¡Sentaos en ese camastro y escuchad, por favor!

_ ¡Ja, pobre vascongado, que aun no supo con quien lidia!

_ ¡Ja, ja, ja, pero ahora lo veo, hermano! Lo veo y de acuerdo, GotaFría. Continuad, pues.

_ Continúo… la parte de en llegando a Cádiz y recorriéndolo de cabo a rabo para mal dar con que, según habrían de decirme algunos muchos, vagabundos y cutildeques de la calle, al capitán de los Espárragos habíanlo mudado de prisión con los suyos, directos a la Sevilla por no sé cuál historia de plaga de cárcel. Temí yo por la salud dellos y la mía propia, pero como rumores parecían más bien en boca de ebrios, vagos y maleantes, supuse que en Cádiz no habría celda para tantos que eran, y que por ello habríanlos llevado tan lejos…

_ A la capital…

_ En efecto, vascongado. La capital. Pues ni de plaga ni de número tenía venta la cosa, sino por dar a los potentados alegría de vernos colgados por muchos.

_ A mí el mundo se me vino al suelo, y más de una semana anduve en demanda de trabajo donde el muelle, disfrazada por ver si teníanme por muchacho para grumete. Al final fue un gallego, pescador solitario, que en su Gloria Dios lo tenga, quien hubo de enrolarme en su chalupa.

_ ¿Murió?

_ ¡No! ¡Hube de echarlo a la mar!

_ ¡Vaya!

_ ¿Cómo habría entonces de llegar a la Sevilla? ¿Cabalgando de nuevo? ¡Dolíanme las enaguas de tanto trote! Le robé su chalupa y le dije, ¡oye, ven conmigo!, no quiso, y bien. ¡¿Quién las tendrá de saber?..., quizá lograra nadar hasta la playa en poco! Pero tal cual digo, desta suerte llegué sana y salva a la Real Ciudad de Sevilla, que allí pude atravesar por el río largando vela y andando su curso. Fui a la Cárcel Real lo primero, sin comer de días, pero vi que uno, Artois Bustamante, andaba de guardia en la puerta, que era él antiguo conocido de escaramuzas y viéndome la marca del brazo me recordaría…

_ ¿Sólo la marca del brazo?

_ ¡Calla, capitán! Las ingenié para entrar en la cárcel yendo a pedir a unas monjas. Las preladas me dieron cobijo por verme a más demacrada, que les dije ser esposa viuda, y en estando allí con ellas pues hubieronme dejar sola un momento, advertí un hábito y lo escondí en la bolsa. Sepa Vuestra Merced que al día siguiente andaba yo por la Sevilla disfrazada de casta, ¡Dios del cielo!, yendo a parar a las narices de ese Artois Bustamante, que ni por asomo habría de distinguir nada mío, claro, creyéndome redentora de los procesados.

_ ¡Increíble, mi señora!

_ Pues tenga por bueno lo extraordinario.

_ No imaginarás, mi vascongado, la impresión que hubo de causarnos contemplar lo della, puesto el hábito de monja, de risa y alegría, mas sin poder exhibirlo por no dar cante. Teníamos allí proverbio todos de soga inminente, y verla fue recobrar razón de vida.

_ Hubiérala tenido yo sólo por aventarme de aquellos tufos, ¡Dios! ¡Hedía la jaula a perro!

_ ¡Ja, ja!

_ ¿Y cómo habríais de liberarlos, GotaFría?

_ Ni cosiendo ni cantando. Con Sol la Cárcel Real henchía de vigilancia. De noche por menos, gastaba dos alguaciles, funcionarios, uno lerdo y otro airado, tan orondo. Por ventura, me dije, sacarlos habré de aquí en el oscuro, pues rivales dignos no se me antoja el par.

_ ¿Los matasteis?

_ No habría.

_ En tanto menos peliaguda supones la historia, hermano, más dificultosa se evidencia, que no fue la nuestra sino ardua aventura, de plan bien proyectado en cautelas y pólvora. GotaFría hubo de asistirnos en más días de presidio, con hábito de ardid; y en sirviendo tanto la primera vez, sólo hubimos quedar para el día siguiente, por dar tiempo a ella a trazar un plan rotundo con la frescura que la libertad le habría.

_ ¿Y qué frutos dio aquello?

_ Ni decirlos a Vuestra Merced... ¡Tantos!

_ Y todos del Árbol Prohibido, hermano, ¡ardieron Sodoma y Gomorra juntas!

_ ¡Demontre! ¿Con fuego huisteis?

_ Con fuego cobraron los necios lo que a otros hicieron, don Cancio. Yo no aspiraba a romper yugos de celda y disponer otros de tierra. ¿Por cuál razón libertar la comandilla si habría luego ésta de errar oculta en la Sevilla? Aunque aquí y ahora me vea Vuestra Merced como topo encerrado, y tanto estúpido por no marchar, quería yo librar de rejas a los míos, sisar un barco en el acto y poner inmediato rumbo a la Onuba, por atacar incontinenti el fondeadero donde andaba varado el Libertad… ¡Y a vivir!

_ Y lo hiciste, mi Gota…

_ Mucho así, desta suerte caminando río abajo, advirtiendo casualidades que se me dieron y fueron buenas, lo junté todo en uno, y tracé cual plan por más temerario, aunque de proceder viable para muy bárbaros.

_ ¡Y vos lo habríais!

_ Hermano mío, ten por buena cruz el lastre, y pues sábete, que de la mano a la copa se pierde la sopa, e hizo GotaFría diestro trabajo, por no vencer un poco sólo y a mitad, sino del todo en una vez.

_ Estos ases son aquellos que dijimos.

_ Ahora, si oyes, prodigarás sin que lo diga: ¡qué designios faroleros! ¡Cuán monserga de pirata! Mas, si hubieras de dudar, hermano, desnuda ya mi bocamanga, óyelo y duda, pues creer nuestra suerte y maña grande empresa es de igual manera para intrépidos que cobardes.

_ Esfuerzo gaditano habré, si así lo precisa el lance.

_ Será por bien vuestro, don Cancio, que yo no reparo en pagos cuando he de zurrar la sesera, y si por ventura trajome la suerte albedrío para urdir un plan yo sola, tanto habría de guardarme composturas como el cerdo en su matanza.

_ ¿Anduvo vuestro ingenio tan gritando de dolor en las entrañas?

_ No lo he de saber tanto, don Cancio, y así lo digo a Vuestra Merced, con osadía, que si habría yo de libertar la comandilla de la jaula, con fuego y estallidos acaescería esto; que si menester era escapar por una vía sin estorbos, el río Guadalquivir, más ancho… ¡ese sería!; y que si por ventura hallaba un navío para bogarlo, no dudéis desto, don Cancio, habría de ser en todo el mar el mejor aparejado .

_ ¡Callad!

_ ¿Qué…?

_ Callad..., la escalera.

Don Francisco de Medina

Author: Alberto Cancio García /

Don Francisco de Medina ha respondido a la demanda con un reojo cobrizo. Luego ha tomado una jarra redonda, ha colmado de aguardiente un vaso mugriento, y ahora lo apura hasta el culo él mismo, sin instar a su ayudante a que atienda a los clientes.
Esos no beberán más vino por esta noche, piensa, y se vuelve a mirar por la ventana. El cristal anda devolviéndole oscilaciones extrañas desde hace un rato: Breves movimientos renegridos por la noche, rectos en parte, también informes, aunque salpicados a veces de algunos reflejos centelleantes. Aquel ha sido una espada. Ese otro una lentejuela.

Don Francisco de Medina bordea la barra y se dirige hacia la mesa de debajo de la escalera.
Será mejor que los avise, musita.

Sobre cómo el capitán de los Espárragos fue conducido preso a España

Author: Alberto Cancio García /

_ ¡Menuda es la pinta que han ustedes con esos sombreros en la taberna!

_ Demandante de tales discreciones es el anonimato, mi señora, y ambos, él en pillaje de mar y yo en el de tierra, por enjuiciados rebeldes nos tenemos…

_ ¡Señor, veámonos!

_ Esta es GotaFría, querido hermano… ¡Y vos sentaos, milady, que aun queda vino!

_ Pues sepa Vuestra Merced que, aun muchacha, también de esas cadenas yo me tengo, y así comparto sus sigilos, mas que si otras circunstancias me cobraran contemplar esta taberna siendo guardia y no fulana, habrían de ser vuecedes los primeros que mirara… ¡Cielos, capitán, que habrás de coger cocoroco de tanta pañoleta!

_ ¡Pues bien me la he de quitar si con ello alcanzo a obedeceros!

_ No sois lo que en mujer correspondiera a delicado, direlo…

_ Ni debiera.

_ La osadía es menester de nuestra causa, bandolero…

_ También lo es de la mía, y entendiéndolo me hallo.

_ Y yo a Vuestra Merced agradezco la indulgencia, que si habría de importar tener matriz o no tenerla, de chica me aprehendieron la sentencia: donde fueres, haz lo que vieres, y a ella por provecho me atengo.

_ ¡Ja, ja, maldita GotaFría! ¡Son tus excusas de hielo perenne! A éste quien llamas Vuestra Merced no es menos Cancio que yo, que del mismo principio salimos aunque por ventura se hiciera pirata de sierra.

_ Gran placer es conoceros en persona, señor...

_ Jesús Cancio para servíos, mi señora, aunque todo mío es el placer, que, también, por dicha ventura, baladas oí de vuestras gestas y muchas de las más valdría no saberlas.

_ Ni sabrás, mi vascongado, las que restan y no oíste, por ser tantas y sonar con tan afable desatino; que por una heroína de romance se tiene a GotaFría, aunque haya por aspecto de parecer tan susodicha.

_ Aspecto es de chiquilla y no de curtida savia…

_ Calladamente disimula, hermano, y fisgonea en derredor tuyo este salón tan penumbroso, que echarás de ver a los presentes más curtidos de aventura. Estate a la mira de los cuáles: fulleros, marinos y soldados de las mesas, y atiende más a los ases que robado han, pues recreo son de peligrosos lances a todo lo ancho de los piélagos. Mira a aquel viejo encrespado, cuyo acodo de la barra menos muescas tiene que él años, y atiende bien al ajetreo de Francisco de Medina, delineando con sobrado vicio los vinos de Triana. Mira a esas putas de la escalera, eruditas insignes del apurado vivir; a esos músicos de copla, que piratas son a esgalla; y al negro fugitivo que ahora sale de La Torva, a perderse en la noche sevillana por solventar no sé bien qué negocios. Si no has por enojo, hermano, míralos a todos, y supón las mil historias que vivieron cada uno. Luego piensa en los allegados dellos, imagina también sus venturas y conjuras, y no estarás, con todo, imaginando más de lo que vivido ha esta chiquilla, por verdad tan lozana.

_ ¡¿Vive Dios que tan mocita, GotaFría…?! ¡No! Y a vuestro asenso me digo que cacarear es de piratas, que envanecida me suena la oración del capitán… ¡de tanta hipérbole y tanto exceso como…!

_… ¡como merécese el oído gaditano, hermano! ¡Que por más que ahora hagas rostro de ademanes vascongados: de tales modos, tales juicios; y así, no tendrás en poco exagerar nuestras hazañas si a Cádiz eso gusta, y comprenderás que bien es bailar el agua delante!

_ ¡Ay de mí, que engañado me habrán con sólo oír!

_ ¡Y ay de nos, que enjuiciados seremos con sólo hablar!

_ ¡Porfía doméstica es esta, caballeros! Y habría yo ocuparme de un asunto…

_ ¡¿Otro, señorita contramaestre?!

_ Capitán…, no habrá de ser cruento esta vez, que sólo de adornos se trata.

_ Bueno, mi Gota, si ahora bien no hubiera, bajo tierra yacerías, que no he yo de pararte jamás; pero antes de irte, contaba a mi hermano el porqué hubimos aquí, en la Sevilla, hace un mes…

_ ¡Válgame Dios! ¿Has menester algo? ¡Echarte en cara no quisiera cómo hube de luchar sola!

_ ¿Sola, capitán?

_ Todo a su tiempo, bandolero… Exagerada oirás primero la historia del prendimiento.

_ ¡Como escarpia siento hasta la liga!

_ Ya te referí los temores que por todos sufrí aquella tarde del 21 de Abril, por no prever la lluvia y no llevar más lona; y que entonces perdición vi allá donde miré, que no era mucho por lo que nos acaescía entre humos y chispazos... Pues bien:
En viendo que el fatal destino humillaba nuestro barco, mandé izar la blanca, pero no por cobardía, dicho he, sino por ver que el Libertad se vencería de las balas de cañón en un costado. A perder la nave me negaba, por sospechar que el Maynard la conservaría luego, que así fue y lo es ahora, hermano, porque en verdad yo, como él, sabía que en España habíannos tenido ya por piratas contrarios, y que buen precio habían puesto al Libertad para estudiarlo en su acabado francés.
Desta suerte, mandó el cerdo detener la artillería, y viniéndose a nosotros lentamente lo vimos escudarse tras un palo…

_ ¡Tan cobarde, ja!

_ Tan cobarde que, como digo, ni rendidos nosotros hubimos de verle la cara. Dijo a cuatro marineros que trasladárannos de uno a uno al calabozo de su balandro, temiendo emboscada, y ni abordó mi barco hasta que éste anduvo bien vacío. Vacío de todos nosotros si quitáramos a cierta persona, de tan fría… ¿doyme a entender?

_ ¡No podría creerlo! ¡¿GotaFría?!

_ En efecto, vascongado, y hablando con poca crianza, arriesgose la chiquilla a reventar con el navío si el otro dice que a hundirlo.

_ ¡Linda sorpresa, capitán! ¿Cómo de tan joven habéis tanto valor, mi señora?

_ De mejores maestros soy agradecida, señor, aunque diré a Vuestra Merced que, por temer, menos lo hago a la mar que a la horca, y habría de ser extraño que dejara prender mis manos en habiendo otra salida. Y como pasó esto así, remolcada fui por el Pearl en las bodegas del Libertad por todo el Caribe a Cartagena de Indias, y luego, comiendo maíz que guardado me había, por todo el Atlántico hasta Cádiz, a escondidas de todo bicho por serlo yo.

_ Admirado me ha vuestra osadía, GotaFría, que nunca imaginé que tantos duelos y quebrantos cabrían en vos.

_ Y porque vea Vuestra Merced que niña acongojada no he ni fui entonces, tendré a bien explicarle el porqué de mi faena: que, habiendo oído al capitán de los Espárragos lo que a vos ha dicho ahora, que Su Majestad de España quería para sí el Libertad en que yo me escondía, pensé en llegar a él, no por verle fea su cara, sino por saber adónde encontraría nuestro barco después de liberar a mis amigos de la cárcel.

_ ¡Magnífico! ¡Vos viajasteis escondida en el Libertad por no perderlo…!

_ Por saber en qué puerto aguardaría fondeado a que lo rescatáramos, sí…

_ No puedo por menos que admiraros, mi señora.

_ Ya te dije, vascongado, que distinto era lo della; que mientras al resto quedaba ya rezar y poco entre las rejas del Pearl, prisioneros todo el viaje que ha mentado hasta nuestro Cádiz, ella aún tramaba, no sólo liberarnos a nosotros, sino, en fin, a nuestro barco.

_…, escondida estuve no sé cuánto, Dios, que aun me cuido de no pisar bodega ni oler maíz ni trigo, y fue como a mediados de Mayo que escapé sabiendo dónde quedaba el navío, y que anduve y cabalgué por las marismas de Huelva hasta Cádiz por ver si había aún de ayudar a los míos…

_ Y habías, mi Gota, tanto habías…, que si no hubiera sido por ello, vascongado, ahora con una aparición hablarías, y fue gracias a ella, ¡a ti, mi Gotita!, que saborear este vino ahora puedo...
_ Que se acaba, por cierto, mi capitán.
_ Ni amén... ¡¡Tabernero!! ¡¡Más vino!!

JUNTO A LA PUERTA

Author: Alberto Cancio García /

Ha entrado discretamente por la puerta que da a la calle y, aunque lo ha hecho sin ruído, todos la miran a hurtadillas desde las mesas. Envuelta en fardos de tela negra, con aire sombrío pero enhiesto, contempla la escena del bar un momento y se dirige luego a la barra, donde Francisco sirve varias jarras de vino simultáneamente.
La recién llegada avanza, dejando tras de sí una estela de frío aroma que a todos despierta del tibio aturdimiento, y entonces se oye algún que otro castañear de dientes, bajo el tintineo de las copas y el gruñido opaco del acordeón. De pronto, bajo la escalera, una mano en penumbra se levanta en señal de saludo. Ella la mira y sonríe.

Sobre cómo el capitán de los Espárragos fue apresado

Author: Alberto Cancio García /

_ Ten por cierto, vascongado, que jamás me quitó el hipo que tronasen tantos cañones como tronaron entonces en pos de mi busca y captura, y que tampoco hoy me lo quita el que sigan tronando y aun echar de ver que seguirán, pues bien sabes, hermano, que ralea de pirata es ralea para siempre, y que es nuestra condición eterna, salvo en aquellos que alguna vez metieron cuezo en el oficio y que luego vendieron sus servicios a las coronas mismas que los condenaron, que esos ni piratas son ni lo fueron nunca.
Mucho conoces tú, en tu suerte de bandolero, que en lo de ofender a dioses no hay lugar para perplejos, como perpleja tampoco es la horca cuando ha de forzar los gaznates.

_ ¡Pierde cuidado, capitán, que tan mascado y resabido lo tengo! Sentencia de muerte firmamos los libertinos desde la primera fechoría, y es nuestra vida un continuo escapar del fatal destino.

_ Y asegurarte puedo que, pese al arrojo de los nuestros, de ese destino se calaron muchos sobre el Libertad cuando, en la tarde del 21 de Abril, ¡mi condenado día!, el navío del teniente Maynard dispuso sus cañones de corsario…

_ ¡Con que Maynard el inglés, quien dio muerte a Barbanegra!

_ El mismo te digo…

_ ¡Malaventura la vuestra, topar con semejante bastardo, que me contaron a mí su historia tan cobarde! Y ni temible se me antoja el bellaco conociendo lo sabido, a no ser por su potencia de fuego, que sé, algún monarca le brindó a cambio de buen lametón en las posaderas…

_ ¡Ja, ja, hermano! ¡Lamidas son para ellos lo que valor para nosotros!

_ ¡Vive Dios que así es!, y frente al rey de esas lamidas, ¡diantres!…no imagino rendición de un capitán de nuestra casta…

_ ¡Ni la hubo, hermano sabio, ni la hubo…! Jamás rinde su pendón un pirata en sus cabales, pues bien sabe que mejor sufragio es la honrosa muerte en abordaje que su espera de igual modo en el patíbulo… Pero algo acaeció aquel día maldito que nadie pudo prever con sobrado tiempo.

_ ¿Qué demonio?

_ Pues creerás, hermano, que el tal de Abril enfilamos rumbo a la Gran Bahama, para hacer carenado y abastecer de lona nuestro paño, fondear el Libertad a resguardo de la República y parlamentar yo con el veterano Hamilton, que llevamos tiempo en deuda por el asalto a Martinica.
Enterados íbamos ya nosotros del fin de Barbanegra por un barco mercante que apresamos dos días antes, del que muchos nos juraron que Maynard había partido para la Inglaterra; y como de esa tripulación hicimos buen recaudo de navegantes disgustados, porque los más eran esclavos negros y lerdo el capitán, decidimos creerlos, y así no evadimos el rumbo.

_ Y tan mentecatos fueron tus negros.

_ No lo fueron a sabiendas, hermano, que muy dignos se mostraron ya en esta Sevilla, cuando hubimos de escapar por propios medios de la soga; pero dos días después de acogerlos en los nuestros, ahí estaba Maynard, capitaneando el jodido su Perla y con la barba de Teach colgada entodavía de una verga. RisaFloja anunció el barco a proa desde la cofa y a la mira de él anduvimos largo rato. Era balandro veloz, sí que lo era, hermano Cancio; aunque, por la salud de nuestra Hermandad que te lo he de jurar: ni ebrio hubiera visto en aquel cochambre de nave la célebre Pearl del asno inglés. RisaFloja llegó a creerla el antiguo balandro del Calicó.

_ ¡Demontre, que la visteis de lejos entonces!

_ En tanto, había claridad de tarde, sin bruma ni oleaje. Y cuando el catalejo insinuó la enseña inglesa, andaba ya tronando mi descarga de advertencia.

_ El Espárrago dando caza como lobo a lobo flaco, eso es lo que me dices.

_ Sin dudarlo, bandolero. Lobo más bien flaco era en justicia, pues ni ocho cañones por flanco gastaba el Maynard por entonces, que fue después de lazarnos la vida que logró aquel navío insignia con cuarenta piezas.

_ A lametones, dijimos.

_ A lametones y en juegos de escondite, que se ha dicho. Pero el 21 de Abril, llevaría el calzón rasgado, hermano, que la brisa aclaró sus ideas, y ordenó entre estampidas abordar el Libertad.
Fue respondido el primer cañonazo y demás que vinieron, y nosotros liamos los avíos de batalla, que yo creí que fue entonces que nos reconocieron, porque el balandro viró como hacia el sotavento.

_ ¡Creería entonces las historias que de tu navío se rasguean! ¡Que muy pocos orillan plantarle cara!

_ Cree, hermano, cree con gusto, que es la fe contagiosa delicia y limpias popas nos presentan más que siempre, pues ya dijiste antes: el miedo pinta monstruos donde sólo hay lindas olas, y hace de la brisa cancioncilla de sirena. Creerán los arredrados que en mi barco hay diantres negros, y entre rezos y plegarias los oteamos izar hasta el último pañuelo, y se ponen a remar para escapar de tres borrachos santurrones, mientras que mi barco no huiría sino de perros en pandilla.

_ ¡Pero decidme el corolario, capitán, que las ascuas despabilan la impaciencia!

_ Como siempre, vascongado, tienes a menos los detalles, y de ir al grano, de ir al grano, vaya a ser que te supure y duela. Dicho te he ya que era tarde clara, y aunque vimos nubes altas, no eran de lluvia. En el Caribe, ¡ay, hermano!, la claror torna en sombra con un solo pestañeo, y como se iba haciendo de noche, ni vimos el poniente que traía.

_ ¿Lluvia?

_ Parecía que ese Maynard guardaba todo en la cabeza, porque huyó sólo al principio, se dio la vuelta, y azotaba a sus remeros para cubrirse de esas nubes, arañando contra el viento.

_ ¿Quería lavarse el sucio anglo?

_ Quería lavarnos a nosotros, hermano, que no rumiábamos acosarlo mucho más, para que huyera sólo y santas pascuas, pero con la campana de guardia saltó un rayo, como proclama de infortunio, y su Perla escoraba entonces por babor, arriando el velamen del trinquete.

_ ¡Hola, que ya no huía de la Libertad!

_ Ni de nuestro navío Libertad, ni de la noche, ni de la tormenta, que ya nos rozaba. Orillé dar la vuelta y escapar della, aún sin advertir trampa alguna, pero las voces de RisaFloja me cortaron el resuello entonces, que bien avisaban lo que el cerdo hacía y no cabía en el pecho que emprendía rodearnos por babor…

_ Si habría Maynard de abordaros con lluvia de manga, ¿sería por sacar abrigos de la greña de Edward Teach?

_ No sabrás, mi bandolero, sin que esto te lo diga, que no era para nada la suya pretensión de abarloarnos.

_ ¿Y qué puñeta quería entonces bajo el agua de poniente? ¿Qué lucha, si se traban los cañones con la pólvora mojada y las mechas tan caladas no disparan una canica?

_ Ya te dije que de lona andábamos bien faltos, hermano. Pues de lo que a nosotros nos faltaba, a ellos les sobraba. Agujereadas lucían nuestras velas, que se veían, y por el rumbo que llevábamos, ese Maynard acertó, pues supuso que a por lona íbamos a Nueva Providencia. Se arriesgó al pensar esto, y cuando empezó a llover con fuerza, hermano, como surgidos de la nada, tres trapos de lona gorda se tersaron sobre la cubierta de su barco. Lona que tensaban los marinos en las bordas, protegiendo los cañones y cargándolos de mientras.

_ ¡Diablo de teniente!

_ El Diablo verdadero debió reír su treta, ¡de tan ingeniosa y tan cobarde!, que parece que gusta el Maynard de esconderse en las bodegas y asaltarnos desde allí. Fui yo, al descubrirnos más lentos y sin fuego, que supuse el fatal destino, y así parece que se fue cumpliendo a cada paso, hermano, aunque… y ahora óyeme sin duelo, Cancio, que creo yo que en uno de ellos sí que debió tropezar el destino, pues bien me sabe este cáliz sevillano, bien agradable es tu compañía y bien hechizan los ojos de aquella que avanza entre el humo y las copas.

_ ¿Esa es GotaFría?

_ ¿No te hiela sólo verla andar por la taberna? Es la misma, que viene a evidenciar mis historias… ¡Mademoiselle! ¡Venid! ¡Sentaos con nosotros!

Bajo la escalera...

Author: Alberto Cancio García /

Hoy Francisco de Medina ha cerrado con más ímpetu los cuatro ventanucos de la cálida taberna, por lo que Enero habrá de quebrarse ahí fuera pese a sus tercos alaridos. Como todas las reminiscencias del invierno, él también acabará deshaciéndose en escarcha sobre las paredes de La Torva. Y mientras esto suceda, enredada entre los cabos que sostienen los candiles, una nube de vapor seguirá caldeando el techo de la tasca, y entre la música de madera y el tintinear de los licores, continuará oyéndose, por siempre, el gorjeo de la noche. Borrachos somnolientos. Risillas displicentes. Temple de cantina perfumada con el cáliz de unas historias que sería más cauto no contar.

Bajo la escalera, en una esquina penumbrosa y sobre una mesa muy pequeña, dos individuos conversan entretenidamente, ambos encubiertos por sendos sombreros. Nadie parece oírlos. Y de hecho, nadie los oye.