_ Ten por cierto, vascongado, que jamás me quitó el hipo que tronasen tantos cañones como tronaron entonces en pos de mi busca y captura, y que tampoco hoy me lo quita el que sigan tronando y aun echar de ver que seguirán, pues bien sabes, hermano, que ralea de pirata es ralea para siempre, y que es nuestra condición eterna, salvo en aquellos que alguna vez metieron cuezo en el oficio y que luego vendieron sus servicios a las coronas mismas que los condenaron, que esos ni piratas son ni lo fueron nunca.
Mucho conoces tú, en tu suerte de bandolero, que en lo de ofender a dioses no hay lugar para perplejos, como perpleja tampoco es la horca cuando ha de forzar los gaznates.
_ ¡Pierde cuidado, capitán, que tan mascado y resabido lo tengo! Sentencia de muerte firmamos los libertinos desde la primera fechoría, y es nuestra vida un continuo escapar del fatal destino.
_ Y asegurarte puedo que, pese al arrojo de los nuestros, de ese destino se calaron muchos sobre el Libertad cuando, en la tarde del 21 de Abril, ¡mi condenado día!, el navío del teniente Maynard dispuso sus cañones de corsario…
_ ¡Con que Maynard el inglés, quien dio muerte a Barbanegra!
_ El mismo te digo…
_ ¡Malaventura la vuestra, topar con semejante bastardo, que me contaron a mí su historia tan cobarde! Y ni temible se me antoja el bellaco conociendo lo sabido, a no ser por su potencia de fuego, que sé, algún monarca le brindó a cambio de buen lametón en las posaderas…
_ ¡Ja, ja, hermano! ¡Lamidas son para ellos lo que valor para nosotros!
_ ¡Vive Dios que así es!, y frente al rey de esas lamidas, ¡diantres!…no imagino rendición de un capitán de nuestra casta…
_ ¡Ni la hubo, hermano sabio, ni la hubo…! Jamás rinde su pendón un pirata en sus cabales, pues bien sabe que mejor sufragio es la honrosa muerte en abordaje que su espera de igual modo en el patíbulo… Pero algo acaeció aquel día maldito que nadie pudo prever con sobrado tiempo.
_ ¿Qué demonio?
_ Pues creerás, hermano, que el tal de Abril enfilamos rumbo a la Gran Bahama, para hacer carenado y abastecer de lona nuestro paño, fondear el Libertad a resguardo de la República y parlamentar yo con el veterano Hamilton, que llevamos tiempo en deuda por el asalto a Martinica.
Enterados íbamos ya nosotros del fin de Barbanegra por un barco mercante que apresamos dos días antes, del que muchos nos juraron que Maynard había partido para la Inglaterra; y como de esa tripulación hicimos buen recaudo de navegantes disgustados, porque los más eran esclavos negros y lerdo el capitán, decidimos creerlos, y así no evadimos el rumbo.
_ Y tan mentecatos fueron tus negros.
_ No lo fueron a sabiendas, hermano, que muy dignos se mostraron ya en esta Sevilla, cuando hubimos de escapar por propios medios de la soga; pero dos días después de acogerlos en los nuestros, ahí estaba Maynard, capitaneando el jodido su Perla y con la barba de Teach colgada entodavía de una verga. RisaFloja anunció el barco a proa desde la cofa y a la mira de él anduvimos largo rato. Era balandro veloz, sí que lo era, hermano Cancio; aunque, por la salud de nuestra Hermandad que te lo he de jurar: ni ebrio hubiera visto en aquel cochambre de nave la célebre Pearl del asno inglés. RisaFloja llegó a creerla el antiguo balandro del Calicó.
_ ¡Demontre, que la visteis de lejos entonces!
_ En tanto, había claridad de tarde, sin bruma ni oleaje. Y cuando el catalejo insinuó la enseña inglesa, andaba ya tronando mi descarga de advertencia.
_ El Espárrago dando caza como lobo a lobo flaco, eso es lo que me dices.
_ Sin dudarlo, bandolero. Lobo más bien flaco era en justicia, pues ni ocho cañones por flanco gastaba el Maynard por entonces, que fue después de lazarnos la vida que logró aquel navío insignia con cuarenta piezas.
_ A lametones, dijimos.
_ A lametones y en juegos de escondite, que se ha dicho. Pero el 21 de Abril, llevaría el calzón rasgado, hermano, que la brisa aclaró sus ideas, y ordenó entre estampidas abordar el Libertad.
Fue respondido el primer cañonazo y demás que vinieron, y nosotros liamos los avíos de batalla, que yo creí que fue entonces que nos reconocieron, porque el balandro viró como hacia el sotavento.
_ ¡Creería entonces las historias que de tu navío se rasguean! ¡Que muy pocos orillan plantarle cara!
_ Cree, hermano, cree con gusto, que es la fe contagiosa delicia y limpias popas nos presentan más que siempre, pues ya dijiste antes: el miedo pinta monstruos donde sólo hay lindas olas, y hace de la brisa cancioncilla de sirena. Creerán los arredrados que en mi barco hay diantres negros, y entre rezos y plegarias los oteamos izar hasta el último pañuelo, y se ponen a remar para escapar de tres borrachos santurrones, mientras que mi barco no huiría sino de perros en pandilla.
_ ¡Pero decidme el corolario, capitán, que las ascuas despabilan la impaciencia!
_ Como siempre, vascongado, tienes a menos los detalles, y de ir al grano, de ir al grano, vaya a ser que te supure y duela. Dicho te he ya que era tarde clara, y aunque vimos nubes altas, no eran de lluvia. En el Caribe, ¡ay, hermano!, la claror torna en sombra con un solo pestañeo, y como se iba haciendo de noche, ni vimos el poniente que traía.
_ ¿Lluvia?
_ Parecía que ese Maynard guardaba todo en la cabeza, porque huyó sólo al principio, se dio la vuelta, y azotaba a sus remeros para cubrirse de esas nubes, arañando contra el viento.
_ ¿Quería lavarse el sucio anglo?
_ Quería lavarnos a nosotros, hermano, que no rumiábamos acosarlo mucho más, para que huyera sólo y santas pascuas, pero con la campana de guardia saltó un rayo, como proclama de infortunio, y su Perla escoraba entonces por babor, arriando el velamen del trinquete.
_ ¡Hola, que ya no huía de la Libertad!
_ Ni de nuestro navío Libertad, ni de la noche, ni de la tormenta, que ya nos rozaba. Orillé dar la vuelta y escapar della, aún sin advertir trampa alguna, pero las voces de RisaFloja me cortaron el resuello entonces, que bien avisaban lo que el cerdo hacía y no cabía en el pecho que emprendía rodearnos por babor…
_ Si habría Maynard de abordaros con lluvia de manga, ¿sería por sacar abrigos de la greña de Edward Teach?
_ No sabrás, mi bandolero, sin que esto te lo diga, que no era para nada la suya pretensión de abarloarnos.
_ ¿Y qué puñeta quería entonces bajo el agua de poniente? ¿Qué lucha, si se traban los cañones con la pólvora mojada y las mechas tan caladas no disparan una canica?
_ Ya te dije que de lona andábamos bien faltos, hermano. Pues de lo que a nosotros nos faltaba, a ellos les sobraba. Agujereadas lucían nuestras velas, que se veían, y por el rumbo que llevábamos, ese Maynard acertó, pues supuso que a por lona íbamos a Nueva Providencia. Se arriesgó al pensar esto, y cuando empezó a llover con fuerza, hermano, como surgidos de la nada, tres trapos de lona gorda se tersaron sobre la cubierta de su barco. Lona que tensaban los marinos en las bordas, protegiendo los cañones y cargándolos de mientras.
_ ¡Diablo de teniente!
_ El Diablo verdadero debió reír su treta, ¡de tan ingeniosa y tan cobarde!, que parece que gusta el Maynard de esconderse en las bodegas y asaltarnos desde allí. Fui yo, al descubrirnos más lentos y sin fuego, que supuse el fatal destino, y así parece que se fue cumpliendo a cada paso, hermano, aunque… y ahora óyeme sin duelo, Cancio, que creo yo que en uno de ellos sí que debió tropezar el destino, pues bien me sabe este cáliz sevillano, bien agradable es tu compañía y bien hechizan los ojos de aquella que avanza entre el humo y las copas.
_ ¿Esa es GotaFría?
_ ¿No te hiela sólo verla andar por la taberna? Es la misma, que viene a evidenciar mis historias… ¡Mademoiselle! ¡Venid! ¡Sentaos con nosotros!
Mucho conoces tú, en tu suerte de bandolero, que en lo de ofender a dioses no hay lugar para perplejos, como perpleja tampoco es la horca cuando ha de forzar los gaznates.
_ ¡Pierde cuidado, capitán, que tan mascado y resabido lo tengo! Sentencia de muerte firmamos los libertinos desde la primera fechoría, y es nuestra vida un continuo escapar del fatal destino.
_ Y asegurarte puedo que, pese al arrojo de los nuestros, de ese destino se calaron muchos sobre el Libertad cuando, en la tarde del 21 de Abril, ¡mi condenado día!, el navío del teniente Maynard dispuso sus cañones de corsario…
_ ¡Con que Maynard el inglés, quien dio muerte a Barbanegra!
_ El mismo te digo…
_ ¡Malaventura la vuestra, topar con semejante bastardo, que me contaron a mí su historia tan cobarde! Y ni temible se me antoja el bellaco conociendo lo sabido, a no ser por su potencia de fuego, que sé, algún monarca le brindó a cambio de buen lametón en las posaderas…
_ ¡Ja, ja, hermano! ¡Lamidas son para ellos lo que valor para nosotros!
_ ¡Vive Dios que así es!, y frente al rey de esas lamidas, ¡diantres!…no imagino rendición de un capitán de nuestra casta…
_ ¡Ni la hubo, hermano sabio, ni la hubo…! Jamás rinde su pendón un pirata en sus cabales, pues bien sabe que mejor sufragio es la honrosa muerte en abordaje que su espera de igual modo en el patíbulo… Pero algo acaeció aquel día maldito que nadie pudo prever con sobrado tiempo.
_ ¿Qué demonio?
_ Pues creerás, hermano, que el tal de Abril enfilamos rumbo a la Gran Bahama, para hacer carenado y abastecer de lona nuestro paño, fondear el Libertad a resguardo de la República y parlamentar yo con el veterano Hamilton, que llevamos tiempo en deuda por el asalto a Martinica.
Enterados íbamos ya nosotros del fin de Barbanegra por un barco mercante que apresamos dos días antes, del que muchos nos juraron que Maynard había partido para la Inglaterra; y como de esa tripulación hicimos buen recaudo de navegantes disgustados, porque los más eran esclavos negros y lerdo el capitán, decidimos creerlos, y así no evadimos el rumbo.
_ Y tan mentecatos fueron tus negros.
_ No lo fueron a sabiendas, hermano, que muy dignos se mostraron ya en esta Sevilla, cuando hubimos de escapar por propios medios de la soga; pero dos días después de acogerlos en los nuestros, ahí estaba Maynard, capitaneando el jodido su Perla y con la barba de Teach colgada entodavía de una verga. RisaFloja anunció el barco a proa desde la cofa y a la mira de él anduvimos largo rato. Era balandro veloz, sí que lo era, hermano Cancio; aunque, por la salud de nuestra Hermandad que te lo he de jurar: ni ebrio hubiera visto en aquel cochambre de nave la célebre Pearl del asno inglés. RisaFloja llegó a creerla el antiguo balandro del Calicó.
_ ¡Demontre, que la visteis de lejos entonces!
_ En tanto, había claridad de tarde, sin bruma ni oleaje. Y cuando el catalejo insinuó la enseña inglesa, andaba ya tronando mi descarga de advertencia.
_ El Espárrago dando caza como lobo a lobo flaco, eso es lo que me dices.
_ Sin dudarlo, bandolero. Lobo más bien flaco era en justicia, pues ni ocho cañones por flanco gastaba el Maynard por entonces, que fue después de lazarnos la vida que logró aquel navío insignia con cuarenta piezas.
_ A lametones, dijimos.
_ A lametones y en juegos de escondite, que se ha dicho. Pero el 21 de Abril, llevaría el calzón rasgado, hermano, que la brisa aclaró sus ideas, y ordenó entre estampidas abordar el Libertad.
Fue respondido el primer cañonazo y demás que vinieron, y nosotros liamos los avíos de batalla, que yo creí que fue entonces que nos reconocieron, porque el balandro viró como hacia el sotavento.
_ ¡Creería entonces las historias que de tu navío se rasguean! ¡Que muy pocos orillan plantarle cara!
_ Cree, hermano, cree con gusto, que es la fe contagiosa delicia y limpias popas nos presentan más que siempre, pues ya dijiste antes: el miedo pinta monstruos donde sólo hay lindas olas, y hace de la brisa cancioncilla de sirena. Creerán los arredrados que en mi barco hay diantres negros, y entre rezos y plegarias los oteamos izar hasta el último pañuelo, y se ponen a remar para escapar de tres borrachos santurrones, mientras que mi barco no huiría sino de perros en pandilla.
_ ¡Pero decidme el corolario, capitán, que las ascuas despabilan la impaciencia!
_ Como siempre, vascongado, tienes a menos los detalles, y de ir al grano, de ir al grano, vaya a ser que te supure y duela. Dicho te he ya que era tarde clara, y aunque vimos nubes altas, no eran de lluvia. En el Caribe, ¡ay, hermano!, la claror torna en sombra con un solo pestañeo, y como se iba haciendo de noche, ni vimos el poniente que traía.
_ ¿Lluvia?
_ Parecía que ese Maynard guardaba todo en la cabeza, porque huyó sólo al principio, se dio la vuelta, y azotaba a sus remeros para cubrirse de esas nubes, arañando contra el viento.
_ ¿Quería lavarse el sucio anglo?
_ Quería lavarnos a nosotros, hermano, que no rumiábamos acosarlo mucho más, para que huyera sólo y santas pascuas, pero con la campana de guardia saltó un rayo, como proclama de infortunio, y su Perla escoraba entonces por babor, arriando el velamen del trinquete.
_ ¡Hola, que ya no huía de la Libertad!
_ Ni de nuestro navío Libertad, ni de la noche, ni de la tormenta, que ya nos rozaba. Orillé dar la vuelta y escapar della, aún sin advertir trampa alguna, pero las voces de RisaFloja me cortaron el resuello entonces, que bien avisaban lo que el cerdo hacía y no cabía en el pecho que emprendía rodearnos por babor…
_ Si habría Maynard de abordaros con lluvia de manga, ¿sería por sacar abrigos de la greña de Edward Teach?
_ No sabrás, mi bandolero, sin que esto te lo diga, que no era para nada la suya pretensión de abarloarnos.
_ ¿Y qué puñeta quería entonces bajo el agua de poniente? ¿Qué lucha, si se traban los cañones con la pólvora mojada y las mechas tan caladas no disparan una canica?
_ Ya te dije que de lona andábamos bien faltos, hermano. Pues de lo que a nosotros nos faltaba, a ellos les sobraba. Agujereadas lucían nuestras velas, que se veían, y por el rumbo que llevábamos, ese Maynard acertó, pues supuso que a por lona íbamos a Nueva Providencia. Se arriesgó al pensar esto, y cuando empezó a llover con fuerza, hermano, como surgidos de la nada, tres trapos de lona gorda se tersaron sobre la cubierta de su barco. Lona que tensaban los marinos en las bordas, protegiendo los cañones y cargándolos de mientras.
_ ¡Diablo de teniente!
_ El Diablo verdadero debió reír su treta, ¡de tan ingeniosa y tan cobarde!, que parece que gusta el Maynard de esconderse en las bodegas y asaltarnos desde allí. Fui yo, al descubrirnos más lentos y sin fuego, que supuse el fatal destino, y así parece que se fue cumpliendo a cada paso, hermano, aunque… y ahora óyeme sin duelo, Cancio, que creo yo que en uno de ellos sí que debió tropezar el destino, pues bien me sabe este cáliz sevillano, bien agradable es tu compañía y bien hechizan los ojos de aquella que avanza entre el humo y las copas.
_ ¿Esa es GotaFría?
_ ¿No te hiela sólo verla andar por la taberna? Es la misma, que viene a evidenciar mis historias… ¡Mademoiselle! ¡Venid! ¡Sentaos con nosotros!
4 comentarios:
¡Que venga, que venga y nos haga compañía! Yo invito a un nuevo cáliz. Qué hermosas frases dejas arriba, amigo mío, cuando publiques una novela, tomaré citas en cada página.
Un fuerte abrazo. Espero oír hablar pronto a esa mademoiselle.
Jorge Andreu
Lo harás más temprano que tarde, hermano, que la fémina que llevo dentro pugna por salir cada vez con más violencia y estos comentarios tuyos la están espabilando del todo. Se me había olvidado lo hermosa que era... Sí. Más que esas frases...
Una dama que arriba en una de piratas, con permiso de la gentil muchacha que se anuncia y llegará.
Alberto, no lo dejes, qué diantres.
¡¡No lo dejo!! :D
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